Por un momento, muchos creímos que el streaming era una revolución. Que ‘los pibes’ que hacían vivos en Twitch desde su habitación, con luces de colores y micrófonos colgantes, venían a patear el tablero. A romper con la lógica de la televisión tradicional, esa que parecía oxidada, previsible, de escenografías gigantes y fórmulas recicladas.
Pero ahora resulta que Nico Occhiato va a conducir La Voz Argentina por Telefé y Santi Maratea se pondrá al frente de Trato Hecho en América. Y entonces una duda empieza a golpear la puerta: ¿el streaming era la nueva contracultura o era simplemente una pasantía para llegar a la tele de toda la vida?.
“LO VIEJO FUNCIONA”, APLICA A LA TELEVISIÓN
El discurso que acompañaba a muchos de estos nuevos comunicadores tenía un tono medio evangelizador: la tele es vieja, es falsa, está guionada, responde a intereses. En cambio, acá —en la espontaneidad del vivo, en la comunidad del chat, en la libertad temática— está el futuro, la autenticidad, lo verdadero.
Y sin embargo, a la primera oportunidad, muchos de esos mismos nombres aceptan ocupar lugares en formatos traídos en valija desde el extranjero, con estructuras armadas, en prime time y con sponsors que no entienden ni un meme.
No se trata de cuestionar que trabajen, ni que acepten propuestas. Bienvenidos al mundo profesional. Pero sí vale preguntarse si toda esa supuesta rebeldía contra el “sistema televisivo” era genuina o si en realidad el streaming fue, para muchos, una suerte de currículum extendido. Una demo, un casting de larga duración con seguidores, para probar que podían ser “aptos para televisión”.
¿Y entonces? ¿Qué queda del grito de guerra contra la pantalla chica? ¿Era furia juvenil o estrategia de posicionamiento?
PERGOLINI Y SU PRONÓSTICO DE LA TV MUERTA
En el medio, aparece otra pregunta inevitable: ¿y si Mario Pergolini se equivocó? ¿Y si la televisión no murió (como dijo Friedrich Nietzsche de dios), sino que está mutando?
Pergolini, con su frase tajante sobre la defunción de la TV, encarnaba un diagnóstico que se volvió lugar común. Pero ahora vemos cómo los que parecían enterrarla están tratando de resucitarla. Con otro lenguaje, con otras caras, pero usando la misma carcasa.
¿La tele clásica se está aggiornando para seducir a nuevas audiencias o simplemente está aprovechando el brillo fugaz de influencers que tienen buenos números, pero no siempre logran traducir esa popularidad en rating?
Y por último, una incógnita que se empezará a responder sola: ¿el público joven morderá el anzuelo? ¿O seguirá mirando con desconfianza cualquier contenido que venga del viejo aparato, como si aún oliera a rayos catódicos?
Porque quizás el problema no era solo de caras, sino de fondo. De lógica. De formato. De estructura. Y poner a un streamer como conductor de un programa de entretenimiento tradicional parece ser más como ponerle stickers de Lilo y Stitch a un VHS.
Lo que estamos viendo no es tanto una renovación, sino un reciclaje. Un intento de aggiornamiento estético que no necesariamente supone una transformación de fondo. El mismo molde, con nuevas figuritas.
Y la última gran pregunta no es si estos chicos “logran llegar” a la tele, sino si la tele, tal como la conocemos, logrará llegar a ellos.
Porque una cosa es invitar a un streamer al estudio de TV; otra, muy distinta, es lograr que su comunidad cruce junto con él ese umbral. Y eso, todavía, está por verse.