Siempre se pensó que los domingos eran para el asado (cuando se podía), la siesta y, de última, para que los periodistas oficialistas se muestren un poquito críticos así queda la ilusión de que la tele todavía hace periodismo. Y este domingo en “La Cornisa” de Luis Majul, pudo verse algo parecido a eso, pero con dos personajes que, para ser sinceros, son como dos paletas de ping pong devolviéndose la pelota en un partido de tenis de mesa… aunque la pelota sea, en realidad, la plata y los puestos de trabajo que nadie sabe dónde están.
De un lado de la red, Federico Sturzenegger, actual “Ministro de Desregulación” (título que suena más a superhéroe de Marvel que a funcionario real), haciendo alarde de ese “superpoder” de recortar gastos.
Del otro lado, Luis Majul, periodista (?), conductor, vocero semi-oficial y, por momentos, autopercibido “abogado del diablo”… aunque siempre con la billetera mirando para el mismo lado.
La cosa arrancó con Majul, que venía suavecito, intentando poner cara compungida y preguntar, así en tono “socialmente sensible”:
— Bueno, la inflación. Está bien. Ahora voy a ser el abogado del diablo. Entonces, cuando Sturzenegger reivindica la idea de que desde que empezó el gobierno de Milei hay, creo, 50.000 empleados menos… ¿puede ser? Claro. 50.000 empleados menos… tiene una crueldad manifiesta, porque los deja en la calle.
La pregunta “remal”
Acá Sturzenegger, como quien se ofende porque le movieron la coma de un soneto, saltó:
— No, pero está remal planteada esa pregunta, con todo respeto. Con todo respeto te lo digo, ¿no? Vamos, tranquilo… Súper mal planteada la pregunta…
O sea: Majul le preguntó por los 50.000 tipos que quedaron sin laburo y Sturzenegger, cual corrector ortográfico humano, le corrigió la consigna. Que la pregunta no es por los despedidos, sino por los “puestos que se crearon gracias a que el Estado se ahorró la módica suma de 2.000 millones de dólares” que, según él, ya no hay que pagarle a “esos ñoquis”.
Porque para Sturzenegger, todos los despedidos son ñoquis. Nadie laburaba. No existía el cadete, el administrativo, la señora que lleva papeles de mesa en mesa. Todos ñoquis, lista de restaurante y mayonesa.
Plata que no aparece
Majul lo dejó terminar el speech, con cara de “ok, bancá que ahora te la devuelvo”. Y ahí, como quien se saca la espina, le espetó:
— ¿Y dónde están esos 2.000 millones de dólares? Porque… ¿se crearon esos puestos de trabajo? ¿Y dónde están, si hoy hay más desocupación…?
¡Toma, Federico! Game, set y match… o al menos un puntito para Majul, que esta vez hizo de “periodista inquisitivo” más por despecho de haber sido expuesto, que por convicción.
Es decir no lo hizo porque se haya convertido en el Che Guevara del periodismo crítico, sino más bien porque Sturzenegger lo había dejado mal parado unos segundos antes con el “remal planteada esa pregunta”. Y claro, si lo picanteás a Majul, Majul te la va a querer devolver. Por orgullo, no por convicción.
La respuesta de Sturzenegger fue un manual de “me seguís el punto, ¿no?”, como si los despedidos de a pie tuvieran tiempo de andar siguiendo diagramas conceptuales inexistentes.
El ministro insistió en que la plata se ahorró, que la gente se la quedó en el bolsillo, y que de ahí se habrían creado “miles de puestos de trabajo”. Solo que nadie los encuentra. Ni Majul, ni la gente, ni el INDEC… ni Google Maps.
Mientras tanto, el público quedó mirando la tele como quien ve dos gallos peleándose en cámara lenta. Porque a fin de cuentas, los dos son parte del mismo show: Sturzenegger, que opera con números mágicos, y Majul, que opera… bueno, básicamente opera para quien pague la ópera.
Lo más tragicómico es que ninguno contestó lo esencial: ¿Dónde están esos 2.000 millones de dólares? ¿Quién se los llevó? ¿Cuántos nuevos puestos de trabajo generaron? Y si existen, ¿están tan bien escondidos como los sobres a Majul?
Así terminó la noche del domingo: con un ministro defendiendo recortes y ahorros invisibles, y un periodista que hace de fiscal sólo cuando lo dejan mal parado. Un hermoso set de tenis de mesa, donde la pelota es siempre la misma: la que nunca llega al bolsillo de los argentinos.