Javier Milei quiso regalarle a Federico Sturzenegger una escena de “tipazo”, de las que en su cabeza libertaria funcionan como elogio y moraleja épica. Pero terminó armando, en vivo y sin anestesia, un incendio que le explotó en la cara al propio funcionario y lo dejó definitivamente marcado ante la gente de Gimnasia.
Una torpeza política con ribetes futboleros que en La Plata se lee como lo que fue, prácticamente una cargada involuntaria, una anécdota que no debió ser expuesta, y un desconocimiento absoluto del termómetro popular.
Un streaming, un error (?) y una frase incendiaria
La escena ocurrió en el canal de stream Carajo, el living complaciente donde Milei suele moverse como anfitrión, rodeado de aduladores y con Daniel Parisini, alias el Gordo Dan, oficiando de monaguillo digital.
Allí, en medio de su cruzada personal contra la AFA y de su insólita defensa del campeonato que terminó ganando Estudiantes, el Presidente decidió meter en la charla a Sturzenegger. No como ministro. No como ideólogo del ajuste. Sino como personaje humano, sensible, casi entrañable. Error fatal.
Milei, embalado, celebró el título del Pincha y repasó el camino deportivo que lo llevó a la consagración. Hasta ahí, fútbol. Pero rápidamente pasó al plano moral: habló de injusticias, de campeonatos que “pierden valor” y de decisiones que, según él, dañan la historia del fútbol argentino.
Y entonces llegó la frase que pretendía ser una caricia a la bonomía “naif”, y terminó siendo una piña, porque aseguró que Sturzenegger, hincha de Gimnasia, había festejado el campeonato de Estudiantes “porque ganó uno de La Plata”.
De “tipazo” a traidor en tiempo real
La frase cayó como un baldazo de nafta sobre una fogata. En el mundo Gimnasia no sonó a grandeza. Sonó a traición. Y peor aún: sonó falsa. Porque el Sturzenegger que Milei presenta como ejemplo de nobleza futbolera es el mismo que hace apenas un par de semanas no pudo votar en las elecciones del club por ser deudor de la cuota social. Socio en los papeles, ausente en la vida real. Hincha declamado, pero sin poner un peso ni el cuerpo cuando toca.
Lejos de encumbrarlo, Milei lo terminó de hundir. Porque en el folklore del Lobo, festejar un título de Estudiantes no te convierte en “buena persona”, sino que te convierte en sospechoso. Y si encima lo dice el Presidente, con tono aleccionador y sonrisa sobradora, el resultado es combustible puro para una bronca que ya venía acumulándose.
El fútbol explicado desde un Excel
Milei creyó que estaba contando una historia de convivencia platense, de paz entre camisetas. Pero habló desde un pedestal ajeno al fútbol real, que se vive en la tribuna, en la sede, en la asamblea.
Desde ahí no entendió (o no quiso entender) que a Gimnasia no se lo representa con frases simpáticas sino con compromiso. Y que a Estudiantes no se lo reconoce desde la condescendencia presidencial, sino desde la rivalidad histórica.
Para colmo, el propio Presidente se enredó en su relato. Primero habló de injusticias, después de campeonatos que pierden valor, más tarde de desregulación aplicada al fútbol como si fuera una planilla de Excel. Todo mezclado, todo forzado. Como si necesitara usar el título de Estudiantes para justificar una idea política y, de paso, lavar la imagen de uno de sus funcionarios más cuestionados.
Un presidente que no entiende la tribuna
El resultado fue el inverso al buscado. Sturzenegger no quedó como “campeón mundial de la desregulación y la generosidad festejante”, sino como un funcionario desconectado hasta de su propio club.
Y Milei quedó expuesto como alguien capaz de explicar el fútbol argentino sin entenderlo, de hablar de La Plata sin escuchar a La Plata y de opinar sobre pasiones populares con la liviandad de alguien que nunca tuvo que rendir cuentas ante una tribuna.
En su intento por hacer quedar bien a su ahora amigo, Milei lo dejó incendiado. Y en el camino, volvió a confirmar algo que ya es costumbre en él, porque si se mete en terrenos que no domina, nunca aclara nada. Empasta todo. Y siempre, pero siempre, alguien termina pagando el costo. Esta vez, fue Sturzenegger. Y el Lobo no perdona.

