La pulsión libertaria del gobierno de Javier Milei encontró su síntesis más cruda en la fusión definitiva entre la diplomacia y los intereses del capital especulativo. La renuncia del canciller Gerardo Werthein y su reemplazo por Pablo Quirno, un ex managing director de J.P. Morgan reconvertido hasta ahora en secretario de Finanzas, no es un mero cambio en el organigrama. Es la consagración de una tecnoestructura financiera que captura el núcleo duro del Estado.
El comunicado oficial, pródigo en eufemismos, enmarca la designación en la búsqueda de un “vínculo más estrecho” con Economía y una visión “pro-mercado”. Lo que calla es el perfil del nuevo canciller: un hombre cuya hoja de vida está tatuada con el logotipo de la banca de inversión neoyorquina, un arquitecto de fusiones y adquisiciones que ahora deberá traducir la complejidad geopolítica a la lógica binaria del riesgo y el rendimiento.

La ironía, por supuesto, es histórica y punzante. Mientras la retórica oficial despotrica contra la “casta” y enarbola banderas de soberanía individual, ejecuta una transferencia de soberanía política a una casta global infinitamente más poderosa y opaca.
El peronismo, en sus épocas de movilización, entonaba los himnos a “La Gloriosa JP” (Juventud Peronista). El gobierno de Milei, en un giro satírico que supera cualquier intento de ficción, rinde pleitesía a otra “Gloriosa JP”: J.P. Morgan.
Esta nueva JP no se mueve en las fábricas recuperadas o las unidades básicas, sino en las salas de reuniones blindadas de Wall Street. Su doctrina no es la justicia social, sino la ingeniería financiera; su militancia, la reestructuración de deuda y la maximización del beneficio para sus accionistas.
El “Dream Team” de la Banca de Inversión
La designación de Quirno no es para nada una anomalía; es la pieza que completa un rompecabezas deliberado. El ministro de Economía, Luis Caputo, y el presidente del Banco Central, Santiago Bausili, son también “alumni” de la misma firma.
El triunvirato que comanda la economía y ahora la cancillería argentina constituye, en la práctica, un comité de gerencia regional para los intereses que dicen representar. Se ha formado una suerte de “oclocracia financiera”, donde el gobierno de la muchedumbre es reemplazado por el gobierno de una tecnocracia cuyo único demos reconocible es el mercado.
La política exterior, otrora herramienta para la proyección de poder e ideología de un país, se reduce así a una mera extensión del departamento de relaciones con inversores.
Deuda por educación: La caridad del buzo
El ejemplo paradigmático de esta nueva liturgia es la reciente operación de recompra de deuda, bautizada con el eufemismo de “Deuda por Educación”.
Estructurada por la misma J.P. Morgan, la maniobra se envuelve en un ropaje filantrópico: los ahorros, se dice, se destinarán a financiar escuelas. Es la caridad del buzo que te ata un peso a los pies antes de lanzarte al océano. La operación, en su esencia, consolida la dependencia y asegura la perpetuidad de los mecanismos de transferencia de recursos.
El mismo banco que lucra con la emisión y reestructuración de la deuda es el que ahora se presenta como benefactor, en un ciclo virtuoso solo para sus arcas. La educación, utilizada como carnada discursiva, queda subordinada a los designios de una entidad cuyo mandate no es pedagógico, sino patrimonial.
En definitiva, bajo la retórica disruptiva y anti-sistema (anarcocapitalismo), el gobierno de Milei erigie al sistema por excelencia: el financiero.
La “apertura al mundo” que pregona no es cultural o diplomática, es la integración subalterna en el circuito del capital golondrina. Mientras se enarbolan “valores occidentales” en abstracto, se diluye la soberanía concreta en los flujos transnacionales de capital. La Gloriosa JP de Wall Street ya no necesita lobby; tiene un gabinete.

