Los medios porteños, con rol central en la construcción de “la grieta”, propusieron una regla que toda la dirigencia política aceptó, obediente.
Parece que no está permitido preguntar algo que está fuera de libreto, algo que incomoda. Saltarse del reglamento, propuesto y pactado entre y para ellos, puede ser una ofensa política. Pedir una explicación sobre una acción de gestión, sin estar previamente anunciado, es pararse de un lado de la grieta.
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“Prefiero hablar del futuro, ¡basta de mirar al pasado”, propone, indignado, un exfuncionario al que se le reclaman explicaciones. “Está bien que seas kirchnerista”, se ataja otro que tampoco quiere explicar.
¡Paren un poco!
La campaña y las elecciones obligan a muchos candidatos a aceptar entrevistas incluso donde no hay reglamento y se incomodan. Está bien que se incomoden: es nuestro trabajo pedirles explicaciones.
Perdón por la obviedad, pero muchos no lo saben. O lo olvidaron.
En esta campaña, este fenómeno se volvió insoportable. Y está pasando, como nunca antes, que el entrevistado reclama a su interlocutor una “confesión de parcialidad”, que muchas veces no existe, porque no todos caímos en la trampa de la grieta.
Además de enorgullecernos porque macristas, larretistas, radicales, peronistas, kichneristas, liberales o de izquierda nos sienten, muchas veces, en la vereda de enfrente (porque los incomodamos), nos preocupa este maniqueísmo, por sus efectos en el debate público, sobre la democracia misma.
No se gasten en llamar para pedir explicaciones. No tenemos animosidad contra nadie (o la tenemos contra todos). No jugamos el juego.
En nuestra pista, los caballos y las yeguas corren sin anteojeras.
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