Dicen que la televisión es el arte de fingir con naturalidad. Y si hay alguien que domina el arte del gesto estudiado y la palabra calculada, esa es Mirtha Legrand. Sin embargo, ni el más avezado libretista hubiera imaginado el giro dramático que se vivió en el desfile de Roberto Piazza, cuando La Chiqui, con micrófono en mano, se puso de pie, y sin siquiera mirar al palco donde se encontraba Javier Milei, lanzó —sin temblar ni una pestaña— el grito insignia del Presidente: “¡Viva la libertad, carajo!”
La misma Mirtha que cada sábado por la noche cuestiona con cara de reprobación el rumbo económico, la falta de medicamentos para los jubilados, el recorte a las obras sociales, la inflación “que no es la que nos dicen”, y la desaparición de la clase media.
La que se preocupa en cámara por los niños con discapacidad que ya no pueden acceder a tratamientos. La que repite, con voz trémula, que “esto no da para más”. Esa Mirtha, de pronto, aplaudió como si hubiera encontrado al Mesías en la primera fila.
Una diva de pie ante Milei
El acto benéfico en Señor Tango, organizado para celebrar los 50 años de carrera de Piazza, terminó transformándose en una especie de performance política, más parecida a un acto de campaña que a un homenaje a la moda.
Mientras Milei saludaba sonriente, rodeado de su habitual comitiva —Karina, Patricia Bullrich, Manuel Adorni, Guillermo Francos—, fue la diva de los almuerzos quien se robó el show con una declaración que pareció escrita por el mismísimo libertario.
Las redes, por supuesto, no perdonaron. “Otra vez del lado del poder”, “La reina madre de los acomodados”, “Cuando hay cámaras se queja, pero cuando hay palco, aplaude”. Los comentarios no tardaron en florecer como pasto después de la lluvia. La contradicción era demasiado evidente para pasar desapercibida. Y es que una cosa es el personaje televisivo que se indigna por los recortes y otra, muy distinta, es la figura pública que saluda con entusiasmo al responsable de esas mismas políticas.
En el centro de esta tragicomedia, también apareció Roberto Piazza, que no solo recibió aplausos por su trayectoria, sino también por su cercanía con el mandatario.
Él mismo lo reconoció como un viejo amigo, con una frase ambigua que dejó más dudas que certezas: “Hace muchos años que nos conocemos”. Para un presidente que blande su masculinidad como una bandera, las amistades ambiguas parecen una zona de incómodo silencio.
Todo esto, claro, se produce en medio de una campaña porteña en la que el gobierno necesita cada gesto, cada guiño, cada “¡viva!” como aire. Que la gran señora de la televisión se levante a gritar la frase con la que Milei cierra sus actos desde su época de marginal libertario, fue más que un mimo: fue una jugada política, un pequeño spot en vivo, gratis y con glamour.
Coherencia, por favor
Mientras tanto, en la tele del sábado siguiente, Mirtha probablemente vuelva a fruncir el ceño y preguntar con preocupación por los medicamentos que ya no cubre el PAMI o por la señora que le escribió desde San Luis porque no puede pagar el alquiler.
Pero por ahora, lo que queda es la imagen de una diva de pie, micrófono en mano, coreando el eslogan presidencial con entusiasmo adolescente.
La coherencia, parece, no siempre es parte del vestuario.