Era el momento que el fútbol estaba esperando. No sólo Estudiantes y su solo contra todos. No solo el Pincha y ese pasillo de espaldas que revolucionó el planeta de la pelota. Todo el ambiente del fútbol argentino, sobre todo sus espectadores más imparciales, querían ver ese momento. Y se dio, para el morbo inolvidable, se dio. Aunque nadie lo creía posible, ese partido ante Central, esa guerra fría contra la AFA, fue el combustible para que el equipo de Domínguez fuera campeón una vez más.
La cuestión es que Claudio Tapia, insultado por la gente del Pincha que copó Santiago, tuvo que premiar a los jugadores del Pincha, entregarle la medalla de campeón al equipo que lo desafió, que lo enfrentó, que se le rebeló como nadie. Y fue una situación tensa, incómoda, que se vio en los gestos.
Uno a uno, los jugadores fueron pasando. No hubo beso ni abrazopara la mayoría: solo lo saludaron así Funes Mori y Alario, de paso por la Selección. Para el resto, hubo saludos normales, con la mano, en algún punto protocolar. Tapia le tuvo que poner las medallas a Arzamendia, a Palacios, a Cetré y a Castro.
Pero la nota fue con Domínguez, que casi no lo miró cuando pasó por delante del podio de la premiación. Fue, sin dudas, una imagen que enseguida se viralizó, porque el DT le hizo un gesto en algún punto de rechazo.
En el medio, los hinchas fueron silbando esa situación, más por la presencia de Tapia, que sin dudas fue un condimento extra a esta historia, porque nunca un equipo del fútbol argentino fue campeón así, enfrentado a pleno con la AFA. Nunca se vio semejante muestra de valentía, de coraje, de personalidad, para dar la batalla más difícil de todas y encima, ganarla de la forma que lo ganó.
Venciendo primero al equipo que más puntos sumó, luego, a otro de los equipos del poder como Central Córdoba, en semifinales a su clásico rival nada menos y ahora en la final a otro de los mejores equipos del país. Histórico. Por donde se lo mire. Y hasta por la premiación que quedará para siempre…

