Desde hace unas horas, el movimiento “BLOQUEEMOS TODO“, inicialmente organizado en la red social Telegram, desencadena una serie de protestas extremadamente violentas en Francia. En todo el país galo, más de 250 personas fueron arrestadas hasta el momento, incluidas 159 en el área metropolitana de París.
Se trata de una de las jornadas más convulsionadas de los últimos años. Bajo la consigna “Bloquons tout” —o “Bloqueemos todo”—, miles de personas se volcaron a las calles y carreteras de las principales ciudades, desatando protestas que rápidamente derivaron en enfrentamientos con la policía y en un escenario de caos social.
Lo que comenzó como una convocatoria en redes sociales, particularmente en Telegram, terminó cristalizando un descontento que venía acumulándose desde hace meses frente a una política económica que muchos consideran de ajuste brutal.
Solo en la capital se desplegaron 6.000 efectivos de seguridad, parte de un operativo nacional que involucró a 80.000 agentes para contener bloqueos en autopistas, cortes de trenes y barricadas improvisadas en barrios populares. El Ministerio del Interior informó también que se requisaron elementos incendiarios y que varios manifestantes fueron imputados por conformar “grupos organizados para cometer actos violentos”.
El detonante: motosierra en servicios básicos
Detrás de la furia hay un contexto preciso: el presupuesto presentado por el entonces primer ministro François Bayrou hace algunas semanas. El plan incluía recortes por 44.000 millones de euros, la supresión de dos días feriados, la reducción del gasto público en áreas sensibles como salud y educación, y la congelación de las pensiones.
Ese programa detonó un malestar social que, sumado a la posterior dimisión de Bayrou tras perder una moción de confianza, generó la sensación de que el gobierno de Emmanuel Macron no solo impulsaba medidas de austeridad, sino que además había perdido el timón político.
El reemplazo de Bayrou por Sébastien Lecornu como nuevo primer ministro no alcanzó para aplacar las tensiones: las protestas no se desinflaron, sino que crecieron.
El movimiento “Bloqueemos todo” se define como horizontal, apolítico y nacido en las redes, aunque rápidamente encontró simpatía en sectores de izquierda, sindicatos y movimientos sociales.
Las consignas no se limitan al rechazo al presupuesto: también denuncian “el costo de vida insoportable”, “la precarización laboral” y “la desigualdad creciente”. La prensa francesa, como Le Figaro o Le Monde, comparó el clima con el de los “chalecos amarillos” de 2018, aquel estallido que sorprendió al mundo por su carácter espontáneo y su persistencia en el tiempo.
En ciudades como Nantes, Lyon, Burdeos, Marsella y Toulouse, los bloqueos (piquetes) se multiplicaron. Se reportaron interrupciones de electricidad en barrios enteros, cortes de transporte ferroviario y quema de basura en las calles, un repertorio de protesta que apunta a paralizar la vida cotidiana como forma de presión.
El ministro del Interior, Gérald Darmanin, aseguró que “no se tolerarán acciones violentas”, pero el choque ya parece inevitable: cuando las medidas económicas golpean directamente el bolsillo y la dignidad de la gente, la respuesta difícilmente pueda ser contenida solo con gendarmes.
Nepal e Indonesia también arden
El fenómeno francés no es aislado. En los últimos días, en Nepal hubo manifestaciones contra la reducción de subsidios a combustibles y alimentos, con enfrentamientos en Katmandú que dejaron varios heridos.
En Indonesia, los sindicatos convocaron a huelgas masivas luego de que el gobierno anunciara un paquete de ajuste para cumplir con metas fiscales impuestas por organismos internacionales.
Distintos escenarios, pero una misma raíz: sociedades que, frente a recortes presentados como inevitables, responden con la convicción de que no están dispuestas a perder más derechos.
Las consecuencias de este tipo de estallidos son difíciles de medir en el corto plazo. En Francia, el impacto político ya es evidente: un gobierno debilitado, un nuevo primer ministro que arranca su gestión bajo fuego y una ciudadanía que parece haber perdido la paciencia.
En lo económico, la incertidumbre se refleja en la caída de la bolsa de París y en advertencias de las cámaras empresariales sobre el riesgo de parálisis productiva. Y en lo social, lo que asoma es un escenario de prolongada conflictividad.
Al final, lo que muestran estos episodios es que los pueblos, a veces, despiertan de su letargo. Durante meses, las medidas de ajuste se discuten en despachos oficiales con un lenguaje técnico y distante. Pero cuando esas decisiones empiezan a sentirse en la mesa de todos los días, la reacción se enciende.
Francia es hoy el ejemplo más visible, pero no el único: de Nepal a Indonesia, las calles recuerdan que, frente a la austeridad impuesta desde arriba, las sociedades siempre encuentran la forma de hacerse escuchar.

