Antes de que hubiera casas, calles o un nombre en los mapas, había pesca. Y había costa. Nada más. Quienes llegaban hasta ese punto del sur de la provincia de Buenos Aires lo hacían atraídos por el río, el mar y una referencia clara en el horizonte: una baliza que señalizaba la entrada del río Negro.
“No lo conocimos como un pueblo. Lo conocimos como un lugar de pesca”, recuerda Raúl Lehr, subdelegado de la Villa Turística 7 de Marzo y uno de los pobladores históricos de La Baliza. “Vos venías, pescabas y te volvías. No había nada más. No existía la idea de quedarse a vivir acá”, le dice a INFOCIELO.
La estructura de hierro funcionaba como guía, pero también como punto de encuentro. “Íbamos a donde estaba la baliza. Esa era la referencia. Donde veíamos la baliza, ahí parábamos. Por eso para nosotros siempre fue La Baliza”, explica.

Cuando quedarse empezó a ser una posibilidad
Durante mucho tiempo, la lógica fue la del ir y venir. Viajar hasta la costa, pescar, regresar. Hasta que algo cambió. No de golpe ni por decisión colectiva, sino de manera casi espontánea.
“Después de venir tantas veces, empezamos a decir: ‘qué lindo sería quedarse unos días más’”, cuenta Raúl. “Primero fue eso, quedarse un poco más. Después, alguno armó algo precario para dormir. Y así empezó todo”.

Habitar La Baliza en los primeros años implicaba empezar desde cero. No había electricidad, ni agua corriente, ni caminos consolidados. Todo se hacía a pulmón, con trabajo manual y paciencia. “La primera construcción era todo a pala. No había máquinas. Bajábamos los médanos, nivelábamos el terreno, hacíamos la mezcla… todo a pala”.
La luz llegaba a través de faroles y generadores, y cualquier avance requería traer materiales desde Carmen de Patagones, a varios kilómetros de distancia, por caminos difíciles, , por eso cada avance costaba tiempo y esfuerzo.
El acceso al agua fue uno de los desafíos más importantes. “Yo fui el primero que hizo una perforación y sacó agua. A cuatro metros ya había agua dulce. Me sorprendí muchísimo”, cuenta. Esa experiencia después se replicó y permitió que otros también pudieran instalarse.

El entorno natural era parte central de la vida cotidiana. Donde hoy hay casas y movimiento estacional, antes predominaba un paisaje abierto, silencioso y casi intacto.
“Yo veía pasar avestruces al lado de mi casa”, cuenta Raúl. También recuerda los chullos que cubrían la arena y ayudaban a fijar los médanos. No era un desierto vacío, sino un ecosistema frágil y vivo, con el que había que convivir más que intentar dominar.

La Baliza está ubicada sobre la desembocadura del río Negro, en el punto donde el río se encuentra con el mar y marca el límite natural entre las provincias de Buenos Aires y Río Negro. Se encuentra a unos 35 kilómetros de Carmen de Patagones y se accede por caminos de ripio que bordean el curso del río.
Esa ubicación extrema es parte central de su identidad. No solo por la geografía, sino por la sensación de estar lejos de todo, en un borde donde el tiempo se mueve distinto.

La historia de los 10 habitantes de La Baliza
Hoy, La Baliza cuenta con unas 140 casas, aunque la mayoría se utilizan de manera temporal. La vida permanente es mínima.
“En forma permanente somos diez, doce personas. Más no”, dice Raúl. Ese número, lejos de ser abstracto, condensa un puñado de historias que explican cómo se sostiene un pueblo tan pequeño en el extremo sur bonaerense.

“Hay un hombre que se dedica a la albañilería y vive con su señora. Ellos vinieron después”, enumera. La construcción es una de las pocas actividades posibles en un lugar sin industria ni grandes servicios.
Otro de los pobladores llegó a fines de los años 90′ y abrió la única despensa del pueblo. “Al principio trajo un vagón de ferrocarril, uno de esos vagones viejos de madera, pesadísimos. Yo me acuerdo haberlo visto bajándolo, fue una odisea traerlo”, recuerda Raúl. Durante un tiempo, ese vagón fue negocio y vivienda al mismo tiempo. “Después ya se hizo la casa con materiales”, agrega.
Entre los residentes permanentes también hay empleados municipales. “Viven dos chicos que trabajan para el municipio”, explica. Y la decena se completa con “dos hombres jubilados, una enfermera jubilada, y otro muchacho que vino de Viedma”.
“Acá el medio de subsistencia es ser albañil, ser empleado municipal o tener un negocio, una despensa”, resume Raúl. En un pueblo tan chico, cada rol cuenta y todos se conocen.
Vivir donde termina la provincia
La Baliza tiene otra singularidad: es el punto más austral de la provincia de Buenos Aires. Más allá, cruzando el río, empieza Río Negro. Esa condición limítrofe también moldea la identidad del lugar, aislado de los grandes centros urbanos y atravesado por una lógica propia.
Ubicada a unos 35 kilómetros de Carmen de Patagones, se llega por caminos de ripio que bordean el río hasta su desembocadura. El paisaje es amplio y agreste, con playas extensas de arena y un entorno natural que invita a la pesca deportiva y a actividades como el kitesurf. Pero, sobre todo, invita a quedarse quieto.

“La tranquilidad acá es absoluta”, dice Raúl. Y enseguida aclara: “Dependemos mucho del tiempo”. El clima define todo: cuándo llega la gente, cuánto se queda, cuándo el pueblo vuelve a quedar casi vacío.
La pesca sigue siendo parte del ADN del lugar. Fue el motivo inicial y continúa siendo uno de los principales atractivos para quienes llegan hasta la desembocadura del río Negro.
“Acá siempre se vino a pescar. Antes y ahora”, afirma Raúl. Pejerrey, lenguado y otras especies forman parte de la experiencia. Pero no todo pasa por el resultado. “Aunque no saques nada, estar acá ya vale la pena”, dice.
Una fogata y una fiesta que se volvió tradición
Antes de que La Baliza fuera reconocida como Villa Turística 7 de Marzo, y cuando todavía no había respuestas oficiales, la comunidad encontró formas propias de hacerse visible. Raúl recuerda el origen de una celebración que hoy es central para el pueblo.
“No nos daban bola para traer la luz ni para poner un peso en esta villa que se quería formar”, cuenta Raúl. Frente a esa falta de acompañamiento, uno de los pioneros tuvo una idea. “Agarró tres o cuatro conos de madera, los puso parados formando un cono y los prendió fuego, como se hacía antes para hacer señales”.

Esa fogata fue el origen de lo que hoy se conoce como la Fiesta del Pescador y la Familia. Con el tiempo, la celebración se consolidó como un punto de encuentro. “Primero está la fogata, y una hora después nos vamos a la plaza y al SUM. Ahí hay bailes, festejos y actividades para la gente”.
La fiesta también marca el inicio de la temporada, aunque ya en diciembre comienzan a llegar algunos de los dueños de las casas que permanecen casi todo el año vacías. “A partir de las fiestas empieza a venir gente”, señala. Algunos pasan el día, otros se quedan quince o veinte días, y otros todo el verano. “Ya para fines de febrero hay una cantidad importante de residentes y de turismo que llegan de todos lados”.

La fecha de la Fiesta del Pescador y la Familia depende mucho del clima. Este 2026, Raúl confirmó que la celebración se realizará el 17 de enero.

La Baliza, el corazón de la Villa Turística 7 de Marzo
Aunque su nombre oficial es Villa Turística 7 de Marzo, para muchos habitantes el verdadero nombre sigue siendo el primero, el que nació del uso y de la experiencia. “Para mí siempre va a ser La Baliza”, dice Raúl. “Porque así empezó todo. Porque la baliza estaba antes que el pueblo”.
La historia de este lugar no es la de un pueblo planificado, sino la de un espacio que se fue armando casi sin darse cuenta. “No se planeó. Simplemente se empezó a pescar”, repite Raúl. En ese gesto simple —llegar, pescar, quedarse— se explica la existencia de este pequeño pueblo del sur bonaerense, donde hoy viven apenas una docena de personas y donde la pesca fue, sin proponérselo, el punto de partida.

De forma permanente viven apenas una docena de personas, pero cada verano el pueblo vuelve a latir: llegan familias, pescadores, visitantes que buscan silencio, río y mar. No hay demasiado para hacer más que estar, mirar el agua y esperar el clima. Y, sin embargo, eso alcanza.

“Acá la tranquilidad es absoluta”, vuelve a decir Raúl. Tal vez por eso este rincón, el más austral de la provincia de Buenos Aires, sigue existiendo: porque nació del amor por la pesca, se sostuvo con comunidad y todavía hoy se defiende desde lo simple, como una señal encendida en medio del paisaje.

