Joan Manuel Pardo (voz y guitarra) y Santiago Luis (batería y coros) son los dos motores de Camionero, esta máquina que funciona sin lujos, pero con una potencia que parece hecha para romper el silencio de las madrugadas.
Surgieron tras la disolución de otros proyectos: Pardo venía de Perro Volador y Luis de Las Novias del Universo. Ellos decidieron apostar por un formato simple, sólo guitarra (o guitarra + efectos) y batería, sin bajo tradicional, lo cual les da un sello distintivo, como si fuera una versión criolla de White Stripes, Red Factory Days o Niña coyote eta Chico tornado.
En tiempos en que el rock nacional parece buscar refugio en la nostalgia o en el algoritmo, Camionero aparece con una propuesta que es puro presente: sin bajo, sin efectos innecesarios, sin red. Solo riffs que raspan, una batería que suena a motor encendido y una voz que sale como un grito de carretera.
Sus discos: un par de EPs (2018), Confianza en ti solo (2019), con Juanse como invitado, Club Camionero (2021) a Todo lo sólido se desvanece en el aire (2023), tienen ese tono de bitácora de viaje con canciones que parecen escritas en estaciones de servicio, en bares de ruta o en algún camarín improvisado entre giras por el interior. No hay artificio ni cálculo: hay carretera, hay desgaste, hay fe en el ruido.
Porque cuando Camionero arranca, no hay luces de neón ni efectos pirotécnicos, sólo una pantalla con estética retro; letras de canciones, figuras hipnóticas y videos de la banda. Ruido musical, verdad y tracción a sangre. Hay dos tipos en el escenario, transpirando de verdad, con una pared de sonido que parece salir de una formación de cinco. Joan toca con el cuerpo entero, arrastrando la guitarra como si fuera una extensión de la máquina, mientras Santiago martilla la batería con precisión obrera y una intensidad que no da respiro, no sigue un patrón rítmico predecible, pero acompaña con golpes y coros; la guitarra texturiza el ambiente con un octavador, mucho fuzz bien hendrixiano, un trémolo y muchos efectos.

Camionero no suena a revival ni a experimento: suena a presente real. A una Argentina que todavía encuentra en el rock un lugar donde descargarse, moverse, y creer un poco más. Son el eco de la ruta y el ruido de los motores, pero también la certeza de que el rock todavía puede decir algo sin pedir permiso. El blues de los ‘70, la psicodelia clásica. Pescado Rabioso, Invisible, Pappo ‘s Blues y algo claramente importado como Led Zeppelin, Hendrix o Pink Floyd. Las letras se alejan un poco más de la narrativa clásica del rock and roll, de contar una historia, son imágenes de una necesidad interior de decir cosas.
Hay muchas canciones que me gustan, no hay hits, al menos en el sentido clásico de coros redundantes y fáciles de cantar, el show es como toda una gran canción con puntos fuertes en “Genio del Abasto”, “La distancia” y Agua Asesina¨.
El público recibe las canciones con conocimiento de causa y extrañeza de aquellos que los oyen por primera era vez. Hay una mezcla de rockeros de vieja escuela, jóvenes del under y devotos de la “ruta”; cantan las canciones, miran el show y lo vive. Saltan, empujan, se abrazan. Hay pogo, hay humo, hay una sensación de comunidad que pocas bandas logran. En los ciclos “Tracción a Sangre”, su evento autogestivo, el espíritu se multiplica: la música se mezcla con ferias, arte, y ese sentido de pertenencia que transforma cada recital en una ceremonia. Casi en la entrada, podías poner parches de la banda en tu campera de jean, imprimir una remera, llevarte unos stickers y toda clase de objetos para recordar que una noche estuviste en ése show de La Plata donde el guitarrista cumplía años.
Escuchanos en Suban el volumen todos los sábados de 19 a 21hs

