Es domingo de elecciones. De desfiles de candidatos por las urnas. Fotos, ruedas de prensa, facturas recién horneadas para quedar bien con el presidente de mesa. Ese bonachón que por la mañana saluda y agradece que le brindes el número de orden y que ya cerca de las 15 otea la fila por encima de los anteojos, dándose cuenta de que la jornada será larga…
Pero, ¿se imaginan ser autoridad electoral y tener que contar los votos que sacó para presidente Carlos Salvador Bilardo? En 2003, hace 22 años, pudo haberse dado esa situación si la idea que al Doctor –ídolo de Estudiantes– se le ocurrió en 2001, meses antes de que estallara la crisis más profunda de la que se tenga memoria en este Siglo XXI.
¿Cómo? Sí: Bilardo quiso ser presidente. Incluso vaticinó que “si me votan todos los que me dicen, va a ser un paseo”. No era una arenga futbolera sino un lanzamiento oficial de candidatura presidencial. Imaginando tener a Diego Maradona en el gabinete. No: no es broma. Esto pasó.

“No confío más en la Justicia. Nos cansamos, como se cansaron muchos argentinos”, decía el Doctor en La Nación, promoviendo un equipo de trabajo sin líbero y stoppers pero con “un centro integrado por empresarios, gente trabajadora, médicos, ex fiscales y ex jueces”. ¿Y el Diez? “Maradona se puede desempeñar en cualquier plano, porque conoce más que nadie a la gente. Cuando él habla, hay que escucharlo”, atizaba el fuego de la ilusión.
Bilardo hablaba y la prensa lo escuchaba. Primero con cierta ingenuidad. Luego, con seriedad, especialmente cuando las ciudades amanecieron con cartelería de Bilardo 2003. “Hay que estar con la gente, porque la gente está bien. Los que están mal son los políticos”, repetía en aquel entonces. “Por remediar los males de mi pueblo soy capaz de pegar los pelotazos que hagan falta”, promovía un slogan que hoy la rompería en TikTok.
Pero la cancha política era más dura que jugar en el Azteca a las 12 del mediodía y con la camiseta azul que Argentina usó contra Uruguay en el 86. Sin respaldo económico, el proyecto empezó a diluirse. Quiso sostener la idea con sus propios ahorros: estaba entusiasmado. Pero al afinar el lápiz y sacar cuentas, ya todo se esfumó. Aunque en aquel entonces, Argentina necesitaba un deté como Bilardo.


