Marcos Rojo no vivió horas fáciles. Porque en Santiago del Estero, ya como jugador de Racing, debió atravesar un contexto complicado. Pero que sorteó con éxito. Pasó del morbo de la previa al respetuoso paso inadvertido en una final entre su actual club y el de sus orígenes. Y aunque tuvo una reacción instintiva (quizás, imposible de evitar por la instancia) que pudo generar enojo en algunos hinchas, ni en la previa ni después de haber caído el zaguero cuidó las formas.
El semestre que inició con el coqueteo del regreso a EDLP terminó, paradójicamente, con un enfrentamiento entre Racing —el club que lo cobijó tras su salida conflictiva de Boca— y el Estudiantes que finalmente optó por no priorizar su vuelta. Pese a las reuniones con integrantes del plantel y los acercamientos, no hubo caso. Ni vuelta.

Y en ese contexto, Marcos entendió la situación. Con pertenencia y agradecimiento, quizás, evitó las cámaras. Sentado en el banco, sólo una vez quedó ponchado por la tevé. Y durante el partido, apenas una vez salió disparado. Para festejar.
Fue después de que Maravilla Martínez marcara el 1-0 con un tiro de emboquillada. Ahí sí: como casi todos los suplentes, salió corriendo rumbo al campo de juego para desahogarse luego de un trámite duro, de un calor insoportable, de un cero a cero que parecía imposible de romper. Una final que se abría por un error de Estudiantes y que ameritaba ese volcán de emociones. O, por lo menos, era dificultoso domar la erupción.
Después, el respeto. El tránsito por el pasillo de Estudiantes al subcampeón, sin mosquearse, evitando gestos inoportunos. La recepción de la de plata. Y la salida para volver a Buenos Aires. Ni posteos, ni historias, ni tuits. Nada. Una demostración de que Rojo entendió que enfrente tenía a su otra casa. Esa en la que se formó, pese a su simpatía por el Xeneize. Toda una señal.

