De “la mujer más bella de la República” a ser protagonista de uno de los primeros femicidios en tener repercusión pública: la de Felicitas Guerrero es la historia de un amor despechado. Los primeros indicios que dan cuenta de lo que el amor romántico y su exigencia es capaz de provocar.
Felicitas Guerrero, nombre con el que se conocería a Felicia Antonia Guadalupe Guerrero Cueto nació el jueves 26 de febrero de 1846, hija del español Carlos José Guerrero y Reissig y Felicitas Cueto y Montes de Oca, dama porteña nacida en 1822. Felicia, a la que luego llamaron Felicitas como su madre, era una bella niña que se transformó en una hermosa adolescente, tanto así que el mismísimo poeta Guido Spano la calificó como “la mujer más hermosa de la República” y la consideró “La joya de los salones porteños”, características que a día de hoy son recordadas a la hora de evocar su nombre.
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Según cuenta la historia, Carlos Guerrero era un hombre muy severo y estricto con sus hijos y cuando Felicitas cumplió 15 años decidió que ya estaba en edad de casarse. Como se acostumbraba en aquella época, el padre de familia puso todo su empeño en la búsqueda de un “buen” candidato. El hacendado Martín Gregorio de Álzaga Pérez, amigo de Carlos, pidió la mano de Felicitas, frustrando así sueños y pasiones que la joven sintiera por otros pretendientes, entre ellos Enrique Ocampo (tío abuelo de las escritoras Silvina y Victoria Ocampo).
La diferencia de edad entre ambos era de 32 años: Martín de Álzaga tenía 50 años cuando aquel 2 de junio de 1864 contrajeron matrimonio en la Iglesia de San Ignacio. Mientras, Felicitas solo tenía 18. En ese entonces, Don Martín era uno de los hombres más ricos, hacendado, dueño de grandes extensiones de campo y dedicado a la venta de cueros. Él la colmaba de atenciones y, a pesar de no corresponder en igualdad al amor enunciado, ella sentía mucho respeto hacia su marido y, dicen, con el tiempo le fue tomando cariño.
La conveniencia de un amor que fue pagado con dolor
El 21 de julio de 1866 nació el primer hijo de Martín de Álzaga y Felicitas Guerrero. El niño fue llamado Félix Francisco Solano y, aunque trajo mucha alegría a la vida del matrimonio, a los 3 años y tres meses enferma de fiebre amarilla y fallece el 3 de octubre de 1869. En ese entonces Felicitas estaba embarazada de 4 meses de quien fuera su segundo hijo.
El 2 de marzo de 1870 Felicitas da a luz a su segundo hijo, al que llaman Martín como su padre. Según consta en el certificado de inhumación transcrito en el testamento de Martín de Álzaga, el niño nace muerto. Siguiendo con la tragedia, Martín de Álzaga fallece quince días después que su segundo hijo, el 17 de marzo de 1870. Entre los motivos, se destacan un deterioro de su salud y un empeoramiento en la depresión causada por la pérdida de sus hijos.
Unos años antes de este fatídico desenlace se hace presente en la vida de Felicitas y Martín una mujer de nombre María Camino. Se trataba de una francesa nacida en 1826 con quien Martín de Álzaga había mantenido una relación de hecho durante su exilio en Brasil en la época de Rosas. De aquella relación habían nacido cuatro hijos: Ángela, María del Carmen, Martín y Enrique Francisco. Si bien no estaban casados, Martín de Álzaga reconoció a todos sus hijos y siempre se hizo cargo de ellos.
Felicitas ignoraba el pasado de su marido, aquella vida anterior solo era conocida por don Martín y Carlos Guerrero.
Así como joven se había casado, joven había enviudado: con solo 24 años Felicitas queda viuda y heredera universal de la fortuna de su marido: 71.000 has. y más de setenta millones de pesos, además de propiedades.
Tras el cumplimiento del riguroso luto que se acostumbraba en la época, Felicitas comenzó nuevamente a frecuentar los salones porteños, espacios donde era admirada por todos con sus modales refinados. Enrique Ocampo sintió renovadas sus esperanzas y se transformó en su sombra, donde quiera que ella iba él hacía lo posible para encontrarla y declararle su amor.
Según cuentan desde la administración del Castillo Guerrero, propiedad aún existente en la localidad bonaerense de Domselaar, una noche, yendo con su amiga Albina Casares, su tía Tránsito Cueto y su tío Bernabé Demaría, de la estancia “La Postrera” a su otra estancia “Laguna de Juancho”, los sorprendió una tormenta a mitad de camino.
Ante aquel episodio inesperado, el carruaje se detuvo. Un jinete se acercó y cuando Felicitas preguntó en dónde estaban, le respondió: “En mi estancia, que es la suya”. Tales palabras habían sido pronunciadas por Samuel Sáenz Valiente, cuya estancia lindaba con la de Felicitas. Esa noche se refugiaron en la estancia de Samuel hasta que pasó la tormenta. Ambos simpatizaron y se enamoraron.
Felicitas siendo leyenda: el trasfondo de la historia no oficial
Tal parece que Ocampo se puso furioso al enterarse del noviazgo entre Felicitas y Samuel, convirtiéndose en un antagonista inesperado que lanzaba frases amenazantes tales como “Serás mía o de nadie más”.
El 29 de enero de 1872 Felicitas había ido al centro de la ciudad a hacer unas compras para la fiesta de inauguración de un puente sobre el río Salado, que había sido traído por el Ing. Huergo y para lo cual se reunirían importantes personalidades. Al regresar a su quinta de Barracas, su tía Tránsito le avisa que Enrique Ocampo la estaba esperando. En un principio pensó no atenderlo, pero luego decidió enfrentar la situación y terminar con el tema.
Como era de esperar, Enrique le reprochó su relación y futuro casamiento con Samuel. Fuera de sí, saca un revólver y un estoque con los que amenaza a Felicitas. Su familia que estaba afuera oye la discusión y se acercan para oír mejor. Felicitas asustada intenta salir, pero la cola de su vestido se engancha en una mesa y cae produciéndose una herida cortante en la frente. Al levantarse, Ocampo realiza el primer disparo que impacta en el ángulo superior interno del omóplato derecho de Felicitas.
Al oír el disparo irrumpen en la habitación Antonio Guerrero, hermano de Felicitas de tan sólo 14 años (abuelo de Josefina Guerrero), seguido por Cristián Demaría y su padre Bernabé Demaría. Cristián se lanza sobre Ocampo, quien lanza otro disparo que pasa rozando el cuero cabelludo de Antonio. Así, Cristián y Ocampo forcejean hasta que finalmente Cristian coloca el revólver en la boca de Enrique y le dispara. Luego, otro disparo en el pecho deja inconsciente a Enrique.
Felicitas había sido llevada en brazos por Samuel hasta su cama, debido a su preocupante estado de salud. La bala había atravesado un pulmón y dañado la columna y la médula espinal. Mientras tanto, Ocampo, aún moribundo, es cargado en el mismo carruaje en el que había llegado y conducido a la iglesia de Santa Lucía, sitio donde falleció.
En paralelo, Bernabé Demaría le entrega a Antonio Guerrero el arma homicida con el que Cristian asesinó a Enrique Ocampo, le pide que la esconda para que nunca nadie pueda encontrarla. Y así hizo Antonio, la escondió y guardó durante toda su vida. Felicitas agonizó toda la noche y durante la mañana del 30 de enero de 1872 muere.
La causa fue caratulada como suicidio de E. Ocampo y estuvo a cargo del Dr. Ángel Justiniano Carranza; curiosamente el expediente se perdió.
Sus padres, en su memoria, hicieron erigir la hermosa iglesia de Santa Felicitas en los jardines de la quinta donde ocurrió la tragedia. El Complejo Histórico Santa Felicitas está ubicado en el Área de Protección Histórica N° 5, en el barrio de Barracas, Ciudad de Buenos Aires. Lo forman la Iglesia Santa Felicitas, la Quinta Álzaga -hoy Plaza Colombia-, el antiguo Oratorio de Álzaga, los Túneles de 1893, y el Templo Escondido. El acceso al espacio cultural es Pinzón 1480.
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