Perú volvió a vivir un terremoto político. En una sesión relámpago, el Congreso destituyó a la presidenta Dina Boluarte, declarando su “incapacidad moral” para seguir al frente del país. La mandataria, que no se presentó a defenderse, fue removida por una mayoría aplastante: 122 votos de los 130 posibles. Al no tener vicepresidentes, el poder quedó en manos del titular del Congreso, José Jerí, un dirigente de derecha que ahora asumió de forma interina, aunque ya débil porque fue acusado de violación en enero de este año.
La caída de Dina Boluarte y el retrato de un país en crisis
Boluarte, que había llegado al poder tras una especie de golpe de estado al presidente constitucional Pedro Castillo, enfrentaba desde hacía meses una “ciclogénesis” de acusaciones: represión con decenas de muertos en protestas, corrupción, regalos no declarados, operaciones estéticas encubiertas y vínculos oscuros con el aparato político que ella misma prometió limpiar.
Su mensaje final, transmitido por televisión, fue interrumpido en vivo cuando intentaba justificar su gestión. Luego, se retiró del Palacio de Gobierno escoltada y en silencio.
Detrás de este nuevo derrumbe presidencial —el sexto en menos de una década— aparece un país exhausto, con una política fragmentada, un Congreso que gobierna más que el Ejecutivo y una población que vive entre la frustración, el miedo y la economía informal.
El “modelo peruano”: el espejo roto que Milei pretende copiar
Desde su llegada a la Casa Rosada, Javier Milei menciona al Perú como ejemplo a seguir: un país que —según su mirada— logró controlar la inflación, atraer inversiones y mantener equilibrio fiscal sin un Estado “elefantiásico”.
El propio presidente elogió ese camino liberal iniciado en los años noventa bajo las recetas del FMI y la apertura económica de Alberto Fujimori, una especie de Carlos Menem más autoritario que terminó en prisión.
Pero lo que Milei llama “éxito” es, en realidad, una vitrina vacía. Porque el modelo peruano se sostuvo sobre una paradoja: crecimiento económico para pocos y pobreza estructural para muchos. El 70 % de la población trabaja hoy en la informalidad. Los servicios públicos son insuficientes, la desigualdad es abismal y la inseguridad urbana se disparó a niveles alarmantes.
Las calles de Lima, Trujillo o Arequipa viven una violencia cotidiana donde conviven robos, ajustes de cuentas y un narcotráfico que se transformó en “salida laboral” para miles de jóvenes sin oportunidades.
En paralelo, una elite concentrada en los negocios extractivos —minería, gas y agroexportaciones— acumula poder y ganancias, mientras el resto del país sobrevive como puede.
Ese es el modelo que Milei idealiza: disciplina fiscal a cualquier precio, crecimiento sin inclusión, y una democracia frágil en la que el Congreso decide el destino de los presidentes como si fueran fichas descartables.
Un espejo peligroso para Argentina
La destitución de Boluarte es un episodio más del caos peruano: pero también es la advertencia más clara de lo que puede suceder cuando se vacía de contenido al Estado y se delega el poder a los intereses del mercado y de las élites económicas.
Perú mantuvo sus “cuentas ordenadas“, sí, pero al costo de un país sin cohesión social, sin representación política sólida y con instituciones al borde del colapso.
Milei, con un signo ideológico diferente al de Castillo o Boluarte, podría sin embargo terminar en una situación similar si insiste en gobernar sin apoyo popular y enfrentado con todos los sectores.
El Congreso argentino nunca ha destituido a un presidente, pero el clima político que alimenta el gobierno libertario empieza a parecerse al de Lima: polarización extrema, fractura interna, narcotráfico, y una sociedad cada vez más empobrecida.
Los recientes escándalos que rodean a funcionarios cercanos —desde el caso Andis y las denuncias en discapacidad hasta las irregularidades en el entorno de su hermana Karina sumado a la relación política de Espert con el narcotráfico— suman ingredientes a un cóctel que recuerda demasiado al camino que llevó al Perú a su derrumbe político.
Si algo enseña la caída de Dina Boluarte es que el “modelo peruano” que Milei idolatra no es el ejemplo de una nación que progresó, sino el retrato perfecto de un país donde el mercado creció y la democracia se achicó. Un espejo que, si Argentina se mira demasiado tiempo, puede terminar reflejando su propio futuro.