El resultado electoral en la provincia de Buenos Aires dejó varias certezas y un par de incógnitas. La más contundente: Fuerza Patria consiguió un triunfo holgado y ordenado que lleva la firma de Axel Kicillof. El gobernador no sólo se erigió en la figura central de la campaña, sino que lo hizo con un despliegue territorial que supo combinar gestión, presencia en el conurbano y llegada a las ciudades del interior. Donde se mostró, ganó.
Pero hay otro dato insoslayable: este triunfo se concretó sin la ayuda —y en algunos casos a pesar— de La Cámpora. Lejos de alinearse a la estrategia oficial, el dispositivo de Máximo Kirchner sólo atendió su juego. En Quilmes, el hijo de la dos veces Presidenta se animó a cuestionar abiertamente al Gobiernador.
Sus candidatos estrella fueron la cara de la derrota en la quinta y en la sexta sección. Fernanda Raverta sigue acumulando derrotas ante Guillermo Montenegro. Alejandro Dichiara y Maite Alvado no le mueven el amperímetro a una Bahía Blanca que dos veces padeció la desidia y el desapego de Javier Milei.
Es la actitud que imperó. Con excepciones muy puntuales -los candidatos-, la organización política que construyó Cristina eligió correrse del centro de la campaña bonaerense. Al punto que no participará de los festejos de La Plata, sino que cruzará el Riachuelo para tributárselo a CFK.
Cristina Kirchner tampoco “la vio”. Antes del arranque de la campaña le advirtió a Kicillof que no había margen para bancar en modo campaña problemas sensibles como la inseguridad, las falencias de IOMA y otras deudas estructurales de la gestión provincial. El gobernador decidió avanzar igual, asumiendo costos y defendiendo su administración en el terreno más áspero. El resultado lo terminó respaldando: donde Cristina temía un retroceso, Kicillof cosechó votos.
El Gobernador mostró que puede conducir sin tutelas, sin sellos prestados y sin manuales ajenos. Esa autonomía, que hasta hace poco era leída como un problema interno, hoy se convirtió en un activo.
El otro gran perdedor
Javier Milei, por su parte, apostó todo a un modelo electoral que se derrumbó en la práctica. Su decisión de prescindir de la trabajosa estructura territorial que el PRO edificó durante una década para confiar la estrategia en dos personas —su hermana Karina y Sebastián Pareja— terminó en fiasco. El experimento libertario demostró los límites de la improvisación cuando se juega en la liga mayor. Y la frase que circuló con ironía en los pasillos del conurbano resume el sentimiento: “Tal vez Karina y Pareja no eran los brillantes políticos que creíamos”.
El golpe para Milei no es menor. La provincia de Buenos Aires siempre funcionó como el gran campo de prueba de cualquier proyecto presidencial. Desde 2015, el PRO entendió que allí se decidían las batallas de fondo y por eso construyó una red de intendentes, legisladores y dirigentes que le permitió sostener competitividad en un territorio hostil. Milei dinamitó ese trabajo en nombre de la pureza libertaria y de la confianza ciega en su círculo íntimo. El resultado fue una derrota que deja heridas difíciles de suturar.
En ese contraste entre construcción y desconstrucción se explica gran parte de lo ocurrido. Kicillof eligió sumar, multiplicar, tejer acuerdos. Milei, en cambio, apostó a la concentración y terminó restando. La Cámpora, por su parte, se ubicó en un incómodo lugar intermedio: ni dentro ni fuera, ni sumando ni restando del todo, pero con gestos lo suficientemente elocuentes como para marcar distancia.
El mapa político bonaerense queda entonces redibujado. Kicillof emerge fortalecido como líder indiscutido de Fuerza Patria y como el gran ordenador del peronismo provincial. Máximo Kirchner y su tropa deberán explicar por qué eligieron correrse en la hora clave, y Milei tendrá que repensar cómo se hace política en un territorio que no admite atajos.