“Tres cuerpos descuartizados. Trata de personas. Narcos. Inseguridad. Femicidios. Abusos. PBA. Marginalidad. Gestión Kicillof. Y no olviden que en la pandemia muchos miles de delincuentes fueron liberados por el gobierno peronista, que tuvo más empatía con ellos que con Solange.” Así, con esas palabras, el periodista de Clarín Claudio Savoia reaccionó al hallazgo de los cuerpos de Morena Verri (20), Brenda Loreley Del Castillo (20) y Lara Morena Gutiérrez (15), asesinadas en Florencio Varela. No hubo respeto, ni prudencia, ni sensibilidad. Hubo cálculo político.
El oficio periodístico exige un primer mandato: no culpar a las víctimas. Pero el mensaje de Savoia deja en claro cómo se normaliza una cultura machista que, frente al crimen, se apura a señalar la marginalidad de las jóvenes, sus lugares de pertenencia, incluso su edad, como si eso alcanzara para explicar —o justificar— lo injustificable.
Machismo y culpabilización: un patrón constante
No es nuevo. En la lógica de buena parte de la cobertura policiales de Clarín, el foco se traslada de los victimarios hacia las víctimas. Que iban a bailar, que no estudiaban, que estaban en un barrio vulnerable: el subtexto es siempre el mismo, “algo habrán hecho”.
Ese es el mensaje que cala hondo en la cultura machista, donde el poder mediático construye sentido y deja a las familias doblemente golpeadas: por la violencia del crimen y por la violencia simbólica de la cobertura.
El femicidio es una problemática estructural. En Argentina, una mujer es asesinada cada 30 horas. Sin embargo, ante este escenario, el tuit de Savoia se ubica en la vereda contraria: en lugar de visibilizar el entramado de trata, narcos y abusos que se investiga, lo resume como un “síntoma” de la gestión de Axel Kicillof. Una acusación sin pruebas, que nada aporta a la verdad judicial ni a la comprensión del fenómeno.
El uso político de la tragedia
Hay algo igual de grave: la utilización política descarada del dolor. El hallazgo de tres cuerpos jóvenes se convierte, en la narrativa de Savoia, en una excusa para pegarle al gobernador bonaerense.
La pregunta es simple: ¿hubiera escrito lo mismo si el hecho ocurría en la Ciudad de Buenos Aires bajo la gestión de Jorge Macri? ¿O en Tres de Febrero, gobernado por Diego Valenzuela, hoy aliado de La Libertad Avanza? La respuesta es obvia: no.
La vara es doble. Cuando el signo político es adverso, el crimen se transforma en un arma conveniente. Cuando gobiernan los propios aliados, se reduce a un hecho policial aislado. Esa es la esencia del periodismo que se arrodilla ante el negocio, que abandona la búsqueda de verdad y que convierte la tragedia en insumo para una batalla partidaria.
Un oficio degradado
Savoia no es un caso aislado. Es parte de un modo de hacer periodismo que, desde hace años, naturaliza la explotación del dolor ajeno para fortalecer un relato político y económico. En vez de poner el foco en la investigación judicial, en las redes de trata, en la responsabilidad de los femicidas, elige construir titulares que venden indignación y odio.
Un buen periodista —y esto debería repetirse en cada aula de comunicación— nunca debe olvidar que su palabra puede condenar o liberar a quienes ya no tienen voz. Las tres jóvenes de La Matanza encontradas en Florencio Varela no eligieron morir ni ser enterradas en un pozo séptico. Tampoco eligieron convertirse en armas de un tuit oportunista. La responsabilidad de que así haya ocurrido recae en Claudio Savoia y en la línea editorial que avala ese tipo de operaciones.
El periodismo puede ser un servicio público o un negocio cínico. El tuit de Savoia mostró, sin margen de duda, de qué lado eligió estar.