Dos noticias difundidas con apenas horas de diferencia ilustran con claridad el desequilibrio en la relación comercial agropecuaria entre Argentina y Estados Unidos. Por un lado, la secretaria de Agricultura estadounidense, Brooke Rollins, anticipó que su país comprará “poca carne argentina” y que cualquier acuerdo estará condicionado al control estricto de la fiebre aftosa. Por otro, el 7 de octubre aterrizó en Ezeiza un avión con toros Holstein procedentes de Ohio, primer envío en 22 años desde el norte, tras levantarse la prohibición impuesta por el mal de la vaca loca.
El contraste no pasa inadvertido. Mientras en Washington se subraya la cautela y se recalca que “tenemos que proteger nuestra industria ganadera”, en Buenos Aires las autoridades celebran la llegada de animales vivos como un “hecho histórico”, en palabras del empresario encargado del traslado, Francisco López Harburu, directivo de Select Debernardi.
Dos decisiones que, leídas en conjunto, muestran quién fija las condiciones y quién las acata.
Puntillosos de un lado, confiados del otro
En EEUU, el debate sanitario se maneja con precisión milimétrica. Rollins explicó que, aunque el país consume unas 12 millones de toneladas de carne bovina al año, solo una fracción proviene del exterior. “No será mucho lo que compremos”, aclaró, mencionando además que los protocolos de trazabilidad se están revisando “con sumo detalle”. Los ganaderos norteamericanos, a través del Texas Cattlemen’s Association y del National Beef Council, advirtieron sobre el riesgo de alterar precios internos o comprometer la sanidad nacional.
En contraste, la Argentina aceptó sin mayores reparos los términos de bioseguridad para reabrir la importación de toros estadounidenses. El Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa) supervisa la cuarentena de 30 días en el Lazareto de la calle Brasil, en la Ciudad de Buenos Aires, pero el tono oficial fue celebratorio. “Es el resultado de años de trabajo y confianza entre ambos países”, dijo López Harburu.
La diferencia es evidente: mientras el Departamento de Agricultura de EE.UU. revisa cada paso con una lupa, la Argentina reabre su frontera sanitaria con entusiasmo, buscando “acceder a genética de primer nivel mundial”.
El peso simbólico y político del intercambio
La reapertura de este canal sanitario encierra más que un movimiento técnico. Implica aceptar, en los hechos, que el flujo de confianza no es bidireccional.
Estados Unidos examina, audita y limita; Argentina habilita, confía y celebra. Desde la óptica diplomática, los acuerdos se presentan como “equilibrados”, pero las cifras y los gestos demuestran una asimetría persistente.
El regreso de animales en pie desde el norte —tras más de dos décadas de cierre por la encefalopatía espongiforme bovina o “vaca loca”— marca una excepción que favorece a las firmas estadounidenses. En cambio, el ingreso de carne argentina seguirá siendo marginal, condicionado a la evolución sanitaria y a la decisión política del gobierno de Donald Trump, que anuncia la compra de carne argentina pero prioriza proteger su rodeo interno.
En términos productivos, la provincia de Buenos Aires, principal cuenca lechera y ganadera del país, será la primera beneficiada por los toros Holstein llegados a Ezeiza. Sin embargo, también es el territorio que más sufre las barreras sanitarias cuando busca colocar su carne en el exterior.
Esa paradoja sintetiza el cuadro actual: los animales del norte entran a cuarentena en suelo bonaerense, mientras la carne bonaerense sigue esperando autorización plena para cruzar el hemisferio.
Un equilibrio que no es tal
Las declaraciones de la funcionaria norteamericana Rollins, al subrayar que “no podemos permitir que se repita lo ocurrido hace dos décadas”, confirman que el recuerdo de la fiebre aftosa sigue pesando en la agenda sanitaria estadounidense. En cambio, del lado argentino, el “paso histórico” de dejar atrás la “vaca loca” fue interpretado como muestra de confianza y apertura.
El problema no está en las medidas técnicas —necesarias en ambos casos— sino en la asimetría del trato. Estados Unidos compra “a cuentagotas” y con condiciones, mientras la Argentina deja “permeable” su frontera, entusiasmada por recuperar vínculos comerciales.
Esa diferencia en la mirada sanitaria encierra, de fondo, una diferencia política: el poder de decidir qué se permite y bajo qué términos.
En el intercambio bovino entre ambos países, los toros viajan en una sola dirección con entusiasmo; la carne, en cambio, va con desconfianza para el norte dominante.