En el estudio de La Nación+, la periodista Cristina Pérez, figura afín al oficialismo libertario y esposa del ministro de Defensa Luis Petri, intentó ofrecerle a Virginia Gallardo una pasarela de legitimación política.
Sin embargo, lo que debía ser una charla amable terminó convirtiéndose en una demostración práctica de cómo La Libertad Avanza elige a sus candidatos: con entusiasmo, buena voluntad y una sinceridad desarmante, pero sin la más mínima formación política.
La escena empezó con suavidad. Pérez, con tono de complicidad, le preguntó:
“Como venís del espectáculo por haber sido vedette, ¿sentís que hay algún tipo de prejuicio que te están insinuando que no estás preparada? ¿Te sentís preparada?”
Gallardo, sonriente y serena, respondió con una claridad que dejó mudos incluso a sus simpatizantes:
“¿Qué condiciones te pide el código para ser diputada? Tener 25 años, ser residente de tu provincia. Digo, no te pide un título.”
Y allí, sin saberlo, firmó el manifiesto de toda una corriente: la meritocracia sin mérito, el saber sin saber.
El valor de no saber (pero admitirlo)
Cuando Pérez intentó rescatar el hilo de racionalidad con un tímido:
“Bueno, supongo que uno tiene que tener cierta idoneidad para hacer una ley, por ejemplo. ¿Te sentís preparada para trabajar?”
Gallardo redobló su autenticidad con una frase digna de antología:
“Claramente leyes no hago, pero sí de involucrarme, de estudiar y relacionarme con los mejores que puedan llevar adelante esa tarea.”
En otras palabras, delegar es legislar. Si Aristóteles levantara la cabeza, probablemente se anotaría en la lista de asesores externos.
La nueva política del no-saber
La candidatura de Gallardo no es un accidente, sino una estrategia premeditada. Cuando la desconfianza hacia la clase política alcanza niveles récord, La Libertad Avanza capitaliza algo más profundo: el deseo del votante de verse reflejado en alguien que también se siente fuera de lugar.
Gallardo no promete soluciones, promete ignorancia pero con “empatía“. No asegura conocimiento, sino intención. Y, en un clima social donde muchos descreen de los expertos, su honestidad brutal cree que le puede resultar más eficaz que cualquier discurso técnico.
Claramente no es una política profesional: es una ciudadana promedio que se sabe promedio y que convierte esa condición en bandera. Lo irónico es que, en el universo libertario, esa franqueza podría ser interpretada como una forma superior de idoneidad: la del que reconoce sus limitaciones… y aun así pide el voto.
Sería como llamar a un filósofo para arreglar una cañería rota en la casa: difícilmente sepa como hacerlo, pero con certeza, va a explicar acabadamente los fundamentos de su analfabetismo “plomeril”.