Miientras los medios más poderosos del planeta anuncian en letras catástrofe que Israel “domina los cielos iraníes” o que “Teherán será reducido a cenizas”, circulan en paralelo —pero invisibilizadas— imágenes crudas y elocuentes de otra realidad: misiles cayendo en ciudades israelíes, columnas de humo saliendo desde edificios destruidos en Tel Aviv, ambulancias a contrarreloj en Haifa o Jerusalén, y ciudadanos corriendo, incrédulos, en medio del fuego.
No son montajes. No es IA ni son videos viejos. Son registros reales, actuales, pero fuera del circuito mediático tradicional. Solo se encuentran en Telegram, en Twitter, en foros que esquivan los filtros editoriales de los grandes medios occidentales.
LOS MEDIOS: LA OTRA GUERRA
La ofensiva israelí del viernes 13 de junio contra sitios clave del programa nuclear iraní desató una contraofensiva que, por primera vez en mucho tiempo, logró atravesar el tan publicitado “Domo de Hierro”.
Algunos misiles hipersónicos iraníes, imposibles de interceptar con la tecnología actual, impactaron en el corazón urbano de Israel. Sin embargo, esa parte del conflicto, la que muestra el daño que Irán ha logrado infligir, parece haber sido borrada del mapa informativo.
Y la pregunta inevitable es: ¿por qué no se cuenta todo?
El relato dominante se alinea, otra vez, con el de los vencedores, o mejor dicho, de los que Occidente espera que sean vencedores.
Es la misma fórmula que se aplicó en la guerra de Ucrania: durante los primeros años, Zelensky era un héroe de proporciones cinematográficas, y Rusia un gigante torpe que se desgastaría por su propia brutalidad. Mientras tanto, en el terreno, la historia era otra. Y esa historia recién se empezó a contar cuando ya no se la podía negar.
Con Irán e Israel parece repetirse el patrón: un país, Israel, con la simpatía permanente de Estados Unidos, Reino Unido y sus satélites informativos; y otro, Irán, convertido en sinónimo de oscuridad, fanatismo y amenaza nuclear.
Uno tiene portavoces, corresponsales, amigos, familia relatando desde bunkers “cómo se vive en tiempos de guerra”; el otro, Irán, no tiene rostro, ni testigos, ni crónicas. Solo aparece cuando es bombardeado, y siempre como el malo de la película.
La realidad, sin embargo, empieza a filtrarse. Las imágenes son demasiado contundentes para ser ignoradas. Y aunque las muertes —por ahora afortunadamente— no sean masivas, los daños están ahí: estructuras civiles hechas polvo, impactos en pleno centro de Tel Aviv, fuego en Haifa, pánico en Jerusalén.
¿Por qué los medios argentinos como Clarín, La Nación o grandes portales apenas mencionan estas escenas? ¿Por qué solo replican los comunicados del Ministerio de Defensa israelí pero no muestran lo que está circulando en las redes?
Esta omisión no es ingenua. Es parte de una guerra más compleja: la guerra del relato. La batalla por imponer una única verdad. Y en esa batalla, los medios tradicionales no informan: militan. Construyen percepciones que moldean opiniones. Fabrican buenos y malos. Callan lo que no encaja.
Quizás Israel termine venciendo, como se repite en cada titular. Pero el costo, esta vez, también lo está pagando. La diferencia es que eso no se dice. No se muestra. No se tapa: se entierra.
Y lo que no se cuenta, también mata. Aunque sea a la verdad.