Venezuela es en estas horas el nuevo villano de clase B. La última función se estrenó en aguas internacionales: la Marina de EE.UU. hundió un barco venezolano que, según el libreto oficial, llevaba a once temibles miembros del Tren de Aragua.
Trump lo anunció con la pompa habitual, como si fuera un “capítulo de Narcos” escrito en la Casa Blanca. Una historia sencilla, fácil de digerir, guionada para el público norteamericano e internacional, de aquellos que admiran con devoción al país que saquea al mundo: Venezuela es un narcoestado y Washington, el sheriff incorruptible que pone orden en el desierto global.
Claro que, como en toda serie barata, el guion es reciclado. Ya lo vimos antes: cambiar el nombre del enemigo, repetir la trama y volver a vender entradas. Lo que importa no es si los villanos son tan villanos, sino que la audiencia aplauda mientras detrás del telón se reparten los yacimientos petroleros y se aseguran corredores estratégicos.
Irak y las “armas de utilería”
En 2003, la excusa fue de lujo: armas de destrucción masiva. Todo el planeta escuchó a Georg Bush hijo y a “Tony” Blair hablar de laboratorios secretos y uranio viajero. Todo verso.
La invasión arrasó Irak, nunca se encontró nada y las petroleras festejaron. Fue como descubrir que la película no tenía monstruo, pero igual cobraron la entrada y además incendiaron el cine.
Afganistán y el 11-S eterno
Después del 11 de septiembre, Afganistán se convirtió en la pantalla perfecta. Los talibanes, escondiendo a Bin Laden, ofrecían un villano inmejorable. La invasión duró veinte años, con contratos jugosos para empresas privadas y bases militares en un cruce estratégico de Asia Central.
Los talibanes se fueron… y volvieron. Pero claro, el negocio nunca estuvo en ganar la guerra, sino en prolongarla.
Libia y la protección de nadie
En Libia, el guion fue casi poético: “proteger a los civiles”. Bombardeos humanitarios, se llamaron. La OTAN destruyó el país, Gadafi terminó linchado y el petróleo cambió de manos. Hoy Libia es un rompecabezas de milicias y cadáveres. ¿Civiles protegidos? Sí, bajo tierra.
Siria y los gases de ocasión
En Siria, el decorado fueron también las armas químicas. Algunas investigaciones confirmaron ataques, pero la narrativa se convirtió en cheque en blanco: bombardeos, operaciones encubiertas y, casualmente, presencia militar en las zonas más ricas en gas y petróleo. Si el público se emociona con imágenes de niños gaseados, mucho mejor. Mientras tanto, los oleoductos siguen siendo vigilados por marines.
Palestina, reducida a Hamas
Palestina, un pueblo con décadas de historia y despojo, quedó reducida a una palabra: Hamas. Así, cada reclamo se traduce como terrorismo, y cada bombardeo israelí se justifica como defensa de la civilización. El truco es simple: borrar al pueblo, dejar solo al villano. Y la audiencia aplaude.
Irán y la bomba fantasma
Con Irán, el guion se volvió casi de ciencia ficción: la bomba que nunca aparece. Washington y su aliado Israel repiten que Teherán está a punto de construir un arma nuclear, aunque los inspectores internacionales no lo confirmen. Poco importa.
La amenaza invisible alcanza para justificar sanciones, aislar al país y tenerlo siempre en la mira. Mientras tanto, las reservas de petróleo y gas siguen siendo vigiladas de cerca, no vaya a ser cosa que se escapen del mercado “libre”.
Yemen y Líbano: títeres y reducciones
En Yemen, la guerra civil se resumió en una frase: “proxies iraníes”. Los hutíes dejaron de ser un movimiento local para convertirse en marionetas de Teherán.
En Líbano, lo mismo: todo es Hezbollah, como si el país entero se redujera a una sola organización. Así, se justifican bombardeos, bloqueos y sanciones, mientras el tablero regional se acomoda al gusto de Washington y sus aliados saudíes e israelíes.
África, siempre “a estabilizar”
África, por supuesto, tiene su propia palabra mágica: “estabilización”. Bajo ese eufemismo se esconden bases militares, operaciones de “entrenamiento” y despliegues armados. La misión real: vigilar minerales estratégicos, rutas comerciales y la creciente influencia de China y Rusia. Nada estabiliza más que un par de drones sobrevolando aldeas.
El disfraz de cartón
La función es siempre la misma: cambiar el título, estrenar enemigo, reescribir el póster. Irak, Afganistán, Libia, Siria, Palestina, Irán, Yemen, Líbano, África y ahora Venezuela. Cada invasión llega con su mentira, cada mentira con su disfraz moral, y cada disfraz con su botín detrás.
Estados Unidos no es el héroe de la película: es el productor que cobra en cada escena, aunque el guion sea malo y el público empiece a sospechar.
El barco venezolano hundido no es un episodio aislado, es apenas el tráiler de la próxima temporada. Y ya sabemos cómo termina: con recursos saqueados, territorios ocupados y pueblos enteros pagando el precio de la “libertad” made in USA.