Y sí. Tardó. Demoró mucho, Lucas Alario, en volver a convertir con la camiseta de Estudiantes. Fuero más de mil minutos. Exactamente 1.046′ los que tuvo que esperar el Pipa para volver a marcar un gol. Pero llegaron los gritos y por duplicado en un momento clave de la final del Trofeo de Campeones ante Platense: permitieron pasar del 0-1 al 2-1. Y ganar el torneo.
Alario empujó de cabeza una pelota bárbara que le llegó tras la combinación de dos de los jugadores más importantes de la fase de playoff: Edwuin Cetré y Tiago Palacios. Porque el colombiano envió un centro al segundo poste que, luego del pique, fue interceptado por el volante ofensivo, quien la bajó de cabeza hacia el corazón del área chica. Y ahí estaba Pipa.
El cabezazo fue sencillo. Tiqui. Y adentro. Para salir gritando eufórico junto con Guido Carrillo, quien le arrastró las marcas. Sí: el doble 9 de Domínguez fue clave para lograr esa igualdad. Aunque hubo más. Mucho más.
Porque cuando el partido se extinguía y el cronómetro ya andaba marcando el descuento, hubo más. Un centro desde el tiro de esquina cayó justo a su posición. Y Alario abrió el pie, le puso toda la cara interna y definió perfecto para poner el 2-1 y hacer delirar a todo San Nicolás. Y para desahogarse en el último partido de una temporada en la que había metido un único gol. Y que cerró a puro desahogo.
Porque desde aquel gol de penal a Banfield le había costado y mucho convertir. Todo quedó en el pasado. El Pipa lo hizo. Y fue campeón.

