La familia de ciudadanos de origen palestino viajó a Buenos Aires con toda la documentación exigida en regla y el deseo de vivir unas vacaciones en Argentina. Aun así, pasaron un día retenidos en Ezeiza, les hicieron firmar documentos que no entendían y fueron subidos a un vuelo de regreso. El gobierno alega “alertas internacionales”, pero crecen las dudas sobre un endurecimiento selectivo en el control migratorio, donde el pasaporte y el origen parecen pesar más que la ley.
Llegaron con la ilusión sencilla de cualquier turista: cinco integrantes de una misma familia, cristianos, oriundos de Belén, empresarios del rubro turístico, aterrizaron en Ezeiza el pasado 16 de junio. Venían con visas de turista extendidas por la Embajada argentina en Tel Aviv, reservas de hotel, carta de invitación firmada, seguro médico y pasajes de regreso. En teoría, un combo perfecto para evitar contratiempos.
RETENIDOS SIN TRADUCTOR
Pero lo que debía ser apenas un trámite migratorio se convirtió en una pesadilla. Durante más de 24 horas estuvieron retenidos en dependencias de Migraciones.
Sin traductor oficial, sin acceso a un abogado y, según denunciaron, en condiciones precarias: sin alimentos ni higiene adecuada. Les presentaron un documento en español que, de acuerdo a su abogado Uriel Biondi, dijeron que era “de rutina” para permitirles el ingreso.
Sin embargo, lo que en realidad firmaron —sin comprenderlo— fue una declaración donde supuestamente admitían ser “falsos turistas”, argumento que terminó sellando su deportación.
Desde Migraciones sostienen que una alerta internacional en el sistema fue la razón para frenar a uno de los integrantes. Pero no explicaron cuál es el contenido concreto de esa alerta, ni por qué no se intentó resolver la supuesta confusión de identidad que denuncia la defensa.
El hábeas corpus presentado por el abogado llegó demasiado tarde: cuando el juez federal de Lomas de Zamora empezó a intervenir, los cinco palestinos ya estaban rumbo a Estambul, de regreso a Medio Oriente.
¿ES POR LA SIMPATÍA DE MILEI CON ISRAEL?
La escena sería apenas un episodio aislado si no se diera en un contexto donde la Argentina endureció sus controles fronterizos, amparada en nuevas normativas que amplían las facultades de Migraciones para impedir el ingreso de extranjeros por supuestas razones de seguridad.
Aunque la letra fría de esas normas no discrimina, su aplicación práctica puede no ser tan pareja. Especialmente cuando ciertas alianzas internacionales y simpatías políticas parecen inclinar la balanza.
No son pocos quienes se preguntan si el trato habría sido igual en caso de turistas de otra nacionalidad o religión. El mismo país que abre las puertas a contingentes israelíes en situación humanitaria o turística hoy exhibe una vara distinta para ciudadanos palestinos, aun cuando lleguen con documentación impecable. El contraste parece sutil, pero es innegable. Una incomodidad difícil de expresar en voz alta, pero que se respira en cada sala migratoria.
La familia Abu Farha —tal como figura en la denuncia— regresa a su país con la certeza de que el mundo se ha vuelto más hostil para su origen. Y con la sensación de que en la Argentina actual, más allá de lo que diga la ley, el sello en un pasaporte puede estar condicionado por factores mucho más complejos que una simple visa aprobada.
Mientras tanto, las autoridades guardan silencio. Nadie aún explicó quién emitió la alerta, ni si existió algún canal diplomático para resolver el incidente sin expulsar a toda la familia. Detalles que no son menores en un país que alguna vez se jactó de ser refugio y tierra de acogida.
Quizás el episodio quede perdido entre otros titulares. O tal vez sea el primer síntoma visible de una tendencia preocupante: que en la frontera de Ezeiza, además de pasaportes, se empieza a escanear ideología, religión o la geopolítica global. Y que la hospitalidad argentina ya no sea la misma para todos.