Si fuera una serie de Netflix del género terror, podría titularse “La confesión del monigote”. Luis Majul, ex periodista devenido en operador político, dejó escapar lo que muchos intuían pero pocos se animaban a decir en voz alta: que de acá a las elecciones legislativas de octubre el plan es inventar o exagerar supuestos casos de corrupción de Axel Kicillof.
Lo dijo con una mezcla de torpeza y desparpajo, como quien se cree sagaz, al señalar que “aunque no se le note a uno, igual lo es” y que si no apelará a una “mirada superficial” para enlodar, con o sin pruebas.
La frase fue tan ridícula que se desnudó en vivo el verdadero mecanismo de campaña: no se trata de periodismo ni de investigación, sino de fabricar barro y arrojarlo en la cara del gobernador bonaerense.
El problema es que, al reconocerlo públicamente, Majul terminó mostrando la hilacha de un oficialismo desesperado. Porque lo que está en juego no es solo la imagen de Kicillof sino el corazón político de la Argentina: la provincia de Buenos Aires, con el 40% del electorado nacional, donde el peronismo acaba de darle una paliza electoral al gobierno libertario hace apenas quince días.
Tu eres mi obsesión
Lo curioso es que las elecciones de octubre son legislativas, no ejecutivas. Sin embargo, en la lógica libertaria ya se juega otra partida: la de 2027, con Kicillof instalado como el posible futuro candidato presidencial que más miedo provoca en la derecha.
“Los campeones nacionales indiscutidos de la corrupción y del afano. Que no se le note a uno no significa que no lo sea. Van a ver de acá a octubre todas las cosas que le encontramos a Kicillof, con una mirada superficial, incluso”, fue su textual revelación subconsciente (?).
Por eso, desde ahora, la misión es desgastarlo. No importa con qué: si no hay escándalos reales, habrá inventados; si no hay denuncias de peso, se buscará lo superficial. No es casual que, semanas atrás, Majul y compañía ya lo ridiculizaran por algo tan banal como tomar mate en televisión a las once de la noche, como si fuera un gesto impostado para hacerse “popular”.
La estrategia es clara: erosionar la figura del gobernador con críticas absurdas, caricaturizarlo, instalar la sospecha permanente. Y lo que Majul reveló sin querer fue justamente eso: la orden es ensuciarlo, no importa con qué argumentos.
Majul, siendo Majul: entre el servilismo y la desesperación
El tono del propio Majul, entre cínico y bufonesco, retrata bien el estado de ánimo del oficialismo libertario: la ansiedad de un gobierno que, tras el cachetazo electoral bonaerense, busca en los medios amigos la artillería que no encuentra en la gestión.
La confesión del periodista no solo evidencia la dependencia de La Nación+ como brazo propagandístico, sino también la fragilidad de un relato que ya no convence a nadie.
En lugar de sostener su proyecto con resultados, la estrategia es dinamitar al adversario con operaciones mediáticas. Pero hay un detalle que se les escapa: admitir el plan en público no es solo un error comunicacional, es casi una autoincriminación. Y en política, como en el periodismo, cuando el operador muestra las cartas, se queda sin juego.
Lo dicho por Majul no fue un acto de periodismo: fue la confesión de una derrota anticipada.