Las encuestas volvieron a ser derrotadas. Y no es un lapsus, un error aislado ni un “desvío técnico”: es la enésima muestra de que las empresas de opinión pública en Argentina dejaron de ser una herramienta para medir la realidad y pasaron a ser un dispositivo de manipulación, disfrazado de ciencia estadística.
Los números de la provincia de Buenos Aires son tan claros como vergonzosos. El resultado final, con el 99% de las mesas escrutadas, mostró una ventaja rotunda del oficialismo bonaerense con 47,29%, seguido por la oposición libertaria en el distrito, con 33,70% y, muy atrás, Somos Buenos Aires con 5,23%.
LA PARIDAD QUE NUNCA EXISTIÓ
La realidad fue contundente. Sin embargo, las encuestadoras prometían otro escenario.
La tabla previa al 7 de septiembre es un cementerio de pronósticos fallidos.
Facimex Research recopiló lo que decían las principales consultoras:
Delfos ubicaba a Libertad Avanza en 48,3%, cuando en realidad se quedó en 33,7%.
Trends hablaba de 43,2%, otra cifra inflada que nunca existió.
Pulso Research llegó a pintarle al libertarismo un cómodo 31,6%, pero bajándole diez puntos a Fuerza Patria, que al final rozó el 47,3%.
Giacobbe, habitual panelista de televisión, también le daba 1 punto porcentual de ventaja a LLA.
La media general de todas las encuestas daba 39,1% para Libertad Avanza contra 38% para Fuerza Patria. En la práctica, el oficialismo ganó por 14 puntos de diferencia.
El contraste no es un desajuste, es un escándalo. Ninguna, absolutamente ninguna, estuvo cerca del resultado real. Todas construyeron un clima ficticio de paridad, de final cabeza a cabeza, cuando en verdad los números iban en otra dirección.
DEL ERROR AL NEGOCIO POLÍTICO
El problema no es solo la ineficacia técnica, sino la intencionalidad política. Estas encuestadoras no fallan “porque sí”: repiten, elección tras elección, el mismo patrón de inflar a unos y minimizar a otros, siempre con un sesgo conveniente a determinados intereses.
No informan: buscan condicionar el voto ciudadano. Y cuando se descubre el papelón, los medios de comunicación hegemónicos ofrecen el manto de impunidad fingiendo demencia.
Al día siguiente del comicio, las tapas hablan de “sorpresa”, como si no supieran que la sorpresa es el producto de su propia complicidad.
Ya ni siquiera queda espacio para la duda. Lo que antes podía explicarse como un margen de error hoy se desnuda como un negocio turbio: el de instalar climas políticos, fabricar expectativas y sostener la narrativa que conviene a sus clientes.
La estadística se convirtió en propaganda, y los encuestadores en operadores con planilla de Excel.
Cada elección termina del mismo modo: con la humillación de los encuestadores, que desaparecen de escena hasta el próximo turno, cuando vuelven a vender sus proyecciones maquilladas como si nada hubiera pasado.
Es un ciclo de impunidad sostenido por la desmemoria mediática.
Pero el certificado de defunción está firmado: la credibilidad de las encuestas murió hace rato. Solo falta que la sociedad deje de consumirlas como si fueran datos y empiece a verlas como lo que son: un aparato más de manipulación política, cada vez más burdo y cada vez más alejado de la realidad.