Uno fue zurdo, el otro de derecho; uno fue un hábil puntero, el otro un todocampista cerebral; uno fue un crack silencioso, el otro un líder natural; uno fue un definidor implacable, el otro un estratega de lujo; los dos fueron campeones, glorias, leyendas, únicos. Un milagro genético, que ahora despide con honores al dueño del ADN original, a quien inició esta historia inigualable.
Juntos representan, acaso, el mejor jugador de la historia del club. No es uno u otro. Son los dos. Ya no hay debate posible. Como dijo en su momento Roberto Perfumo, uno de los mejores defensores de todos los tiempos del fútbol argentino, de la combinación de ambos “estaríamos ante un Maradona o un Pelé”.

El fútbol los hizo de Estudiantes y Estudiantes los disfrutó. Vaya si los disfrutó. Ellos, Verón padre y Verón hijo, los Verones, las Brujas, las leyendas, los dueños de la escoba, los genios de la lámpara, son los creadores del apellido más preponderante de la historia, los héroes de la familia Pincha.
“No hay antinomia posible”, fue la definición de otro jugador exquisito que marcó una época en Estudiantes. ¿La firma? Patricio Hernández. Compañero de uno, testigo de la explosión del otro, los conoció como nadie: “Juan Ramón fue un jugador extraordinario. Simpleza, habilitada, valentía, goleador como pocos. Habilidad, profundidad, eligió siempre el camino más corto hacia el arco. Sebastián fue un crack. Panorama, inteligencia, pegada. Elijo a Verón y a Verón, uno en cada siglo”.

Juntos, el molde del jugador casi perfecto
Sólo una situación podría haber hecho que todo fuera más extraordinario todavía: que jugaran juntos. Juan Ramón fue la figura de todas las finales del multicampeón de Zubeldía. Sin Juan Sebastián Estudiantes no habría jugado todas las finales que el Pincha disputó en el segundo ciclo más exitoso de la historia. “Yo podría haber aprovechado sus pases largos”, contó alguna vez la Bruja padre en la revista Animals! Pero independientemente de esa circunstancia, por las características de cada uno, incluso tan opuestas, se estaría ante el molde del jugador casi perfecto.
Los dos fueron indispensables en los dos mejores Estudiantes de todos los tiempos. Nadie duda de que, si Verón padre hubiera nacido tres décadas después, hubiera tenido la carrera en Europa que hizo su hijo. De hecho, en 1970, el Real Madrid lo quiso pagar 40 millones de dólares. Sí, la mismísima Casa Blanca del fútbol que luego se quiso llevar a Juan Sebastián para reemplazar a un tal Zinedine Zidane. Se los perdieron.

Los dos construyeron un destino glorioso. JSV supo adoptar su legado, sobrellevar el peso del apellido ilustre y hasta convertirlo un caso único en la historia, ahora sumando incluso su rol dirigencial. Hasta en eso fueron diferentes y complementarios. Uno luego fue DT, el otro presidente. Uno trabajó desde abajo, en las Inferiores, con la cantera. El otro desde arriba, como cabeza de un nuevo ciclo de jugadores campeones.
Los dos se pueden comparar, pero al fin de cuentas, es una comparación sin sentido: los dos fueron genios, los dos son leyendas, los dos serán inmortales. Y de Estudiantes.

