Estudiantes y Gimnasia son objeto permanente de análisis del periodismo especializado, que se ha edificado sobre la base de una cantidad de frases hechas que la prensa, los protagonistas, y los aficionados, repetimos sin el más mínimo sentido crítico, y que han servido para justificar varios de los disparates dirigenciales (y de los otros) más comunes por estos barrios.
Así, frases como “Los clásicos no se juegan, se ganan”, ceremoniosamente suelta, desnuda de contexto, parece mentira que se hayan convertido en máximas futboleras indiscutibles e irrefutables. Como si para jugar clásicos no fuera necesario poner enfrente a un adversario, y como si del mismo modo, para que aquello fuera verdadero, no resultara imprescindible que además de jugarlos y ganarlos, también existieran quienes los pierden.
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Eduardo Domínguez ganó. Su equipo también, claro: porque en un deporte de conjunto “todos ganamos y todos perdemos, nadie se salva solo”. Pero si en su momento había cargado con la pesada cruz de ser el DT que perdía un clásico luego de 13 años, y ya que no estaba dentro de sus cualidades principales la de ser un “entrenador de clásicos”, seamos justos con darle a Domínguez el derecho de sentirse plenamente cumplido, y de al menos haberse salvado, aunque no sólo, sí en negritas y destacado. Metió tres cambios simultáneos, sacó a Cetré (una figurita de las intocables), disimuló las falencias físicas de un equipo tocado, rediseñó el dibujo, y llenó con una goleada el casillero que como DT de Estudiantes le faltaba completar. Al Barba lo que es del Barba.
También se ha escuchado mucho otra frase célebre un poco más conservadora, pero que mide sabiamente el valor de lo seguro, a título del hipotético vacío que podría sentirse al descuidar la quintita: “En los clásicos no hay que perder, porque causan mucho daño”. El conservadurismo de la frase no hace falta examinarlo demasiado, ya que si nos aferráramos a ella sin matices, la estadística estaría exclusivamente integrada por empates. Está claro que en los países como el nuestro, en donde el fútbol tiene rango de Ministerio, y del clásico se habla hasta con el veterinario, aferrarse al pájaro en mano puede no ser un mal negocio. Es dramáticamente cierto que el daño de la derrota, es inversamente proporcional al beneficio de la victoria. No es pesismismo, es realismo. Es fútbol. Hasta tal vez, la victoria de Estudiantes valga más por el opuesto que por la positiva. Por lo que hubiera pasado si perdía, que por el triunfo en sí. ¿Alguien se atreve a pensar de qué estaríamos hablando ahora si, además de haber quedado eliminado de la Copa Libertadores con The Strongest, Huachipato, y un accidentado Gremio de Porto Alegre; y de ser súbitamente borrado de un plumazo de la Copa Argentina a manos de Central Cérdoba de Santiago, también perdía el clásico? Tic tac, tic tac…
Sin embargo el triunfo del Pincha se agota en horas. Puede que sea un triunfo impulsor de una consolidación futura para un equipo otra vez en formación, es cierto. Pero los hinchas sonreirán un par de días, bromearán en el trabajo, los jugadores volverán pronto a los entrenamientos, y esta misma noche (cuando quiera que lo leas) Domínguez ya estará analizando al próximo rival. Sin embargo para el Lobo la historia será distinta. Es fibra indeleble.
Eduardo Domínguez ganó su batalla, ¿y cuánto perdió Méndez?
Y es que en el popurrí de los más variados lugares comunes, el 1-4 deja heridos de gravedad: “Hay derrotas y derrotas”. “No es lo mismo perder uno a cero que por goleada”. “Claro que se puede perder, el tema son las formas…” y siguen las firmas de una resultado que busca desesperadamente culpables, y los va a encontrar con evidencia en el mercado. En este o en los anteriores. En algunos jugadores que ya tienen poco crédito. Y en la CD claro está. Porque al acierto de la contratación del entrenador (que no dejó de ser una apuesta), le siguió un libro de pases en el que no está claro el rumbo ni las prioridades, y que dejó al plantel con menos herramientas de las que tenía antes del receso. Hasta Erick Ramírez hoy hubiera sido una carta a la que seguramente Méndez podría haber echado mano. Y si bien nadie con buena leche podrá alentar los escraches en redes sociales (y los de la vida real también) que por estas horas sufren los dirigentes, y que por otra parte repudiamos desde estas líneas, también es cierto que una revisión profunda se impone, para que de mínima se conozcan los lineamientos más elementales de la estrategia del fútbol profesional, y las razones del estruendoso silencio de Marcelo Gauna al frente de la secretaría de mayor relevancia del Club.


