No es una derrota más. Es una derrota que resume el inesperado presente de Estudiantes. Un equipo que se derrumbó en el torneo y que ahora también trasladó su crisis futbolística a la Copa. Sí, el Pincha está en crisis. Porque muy lejos está de responder a la expectativa que había generado tras su imponente mercado de pases. Sin embargo, eso hoy parece lo de menos: el equipo perdió su espíritu, su alma, su identidad. Y encima encuentra a su conductor, Eduardo Domínguez, más desorientado que nunca.
Sí, el Barba no encuentra la brújula para salir de este momento impensado. Por empezar, Estudiantes se defiende cada vez peor. Está lejos de esa mejora que el DT dijo que había experimentado en el fondo. Recibe goles todos los partidos y esta vez potenció esa extrema debilidad: en tres minutos, perdió un encuentro clave en la Copa (si deja puntos de local…) con un penal insólito de Funes Mori y una desatención imperdonable que terminó en el gol de Zaldivia.
Lo dicho, Estudiantes no hace pie atrás, pero tampoco tiene recursos adelante. Sus delanteros no convierten goles. Es una realidad. Carrillo todavía no la metió, Alario hizo uno solo (y de penal), Giménez sumó marcó otro pero cada vez juega menos y Cetré se perdió allá a lo lejos, en sus gambetas. Entonces, está claro que es un equipo sin repuestas defensivas ni ofensivas. Que sólo tiene el espíritu de Ascacibar y el empuje de Tiago Palacios, a quien le cuesta leer el juego pero al menos va para adelante.
Y como si fuera poco, es un equipo que no tiene reacción a la adversidad. De nuevo, no supo cómo revertir el partido. Ante la U, en el ST, no generó ni una situación clara de gol, no pateó al arco. Por todo, hasta parece haber perdido su esencia, la que le permitía dar un plus en partidos de esta clase. Estudiantes está hundido en su propia impotencia pero también en sus propias ausencias. Las peores, las futbolísticas. Porque no encuentra la forma de salir del pozo.

El peor escenario previo al Clásico
Así, llega al choque contra Gimnasia en una situación que nadie imaginó. Por su presente en el torneo (1 punto de 12 y comprometiendo su clasificación) y por esta derrota en la Copa que lo hará sufrir para meterse en octavos (una vez más). A esta altura, el Clásico vale mucho más que tres puntos, que el honor, que el duelo con el rival de siempre. Hasta puede condicionar el ciclo de Eduardo Domínguez, que logró solo una victoria en los últimos seis partidos.
Porque el técnico, se insiste, no parece encontrarle la vuelta. Ni al sistema, ni al juego, ni a la motivación de sus jugadores. No recibe respuesta de sus dirigidos a ninguna de sus señales. Y eso lo pone, acaso, en el peor momento de su estadía en Estudiantes. Es cierto que tiene la espalda de los tres títulos, pero no hay mensajes alentadores de cara al futuro. No así.

Y como si fuera poco, los refuerzos no dan la talla. Medina está muy lejos de ser una incorporación top: lento, irresoluto, perdido, incómodo, absorbido por la presión, como si nunca hubiera jugado en Boca. Funes Mori no está a la altura de la exigencia, fuera de ritmo, de distancia, de tiempo, de todo: su penal lo condena. Alario también está en otra sintonía, no tiene chances de gol, no conecta con el equipo, no se asocia con Carrillo, no la mete, no nada…
Farías entró con entusiasmo y hasta marcó un gol que le anularon, pero parece lejos de su mejor forma. Y Núñez no es el que fue: sigue lejos del defensor que se marchó a México, todavía se lo extraña (y eso que juega casi siempre). En ese contexto, acaso Piovi es de los más rescatable, y no sólo por su buen gol ante la U. Poco. Demasiado poco.
Así, el Clásico puede ser el quiebre que este equipo necesita para romper este flojo presente. Pero también, el riesgo de que el fondo del camino sea más oscuro todavía…

