En un país donde las alianzas políticas se reconfiguran por necesidad, conveniencia o desesperación, una novedad insólita llega desde un rincón inesperado: la izquierda argentina, famosa por sus divisiones crónicas, podría finalmente sentarse a una misma mesa. La protagonista del anuncio fue Manuela Castañeira, referente del Nuevo Más, quien comunicó que, después de catorce años, su partido logró reunirse con la mesa nacional del Frente de Izquierda Unidad (FIT-U) para discutir la posibilidad de una coalición común.
“Una propuesta concreta para avanzar en una coalición independiente y anticapitalista en las elecciones provinciales de septiembre y las nacionales de octubre”, anticipó Castañeira en sus redes. Y agregó con tono casi resignado: “Esperemos que no triunfe el divisionismo por vez número mil, pero los mantengo al tanto”.
Un giro inesperado en tiempos de fractura
La noticia sorprende por el contraste que genera con el clima general del tablero político argentino. Mientras el peronismo intenta forzar una unidad entre el axelismo y el kirchnerismo más duro para no perder peso tanto en la provincia como a nivel nacional, el PRO se encamina hacia una alianza parcial con La Libertad Avanza (juntos en Buenos Aires, pero separados a nivel nacional) y la UCR ensaya su enésima reinvención como opción de centro, sin querer quedar pegada a ninguno de los extremos.
En ese contexto, muchos esperaban (o deseaban) que sectores de la izquierda se dejaran tentar por un frente más amplio con el peronismo. Pero esa posibilidad parece alejarse con este nuevo intento de unidad por izquierda, aunque aún precario. No deja de llamar la atención que, en un país donde casi ningún espacio logra mantener cohesión interna, sea justamente la izquierda la que ensaye, al menos, un debate conjunto.
Claro que hablar de unidad de la izquierda argentina requiere prudencia. Las diferencias históricas, ideológicas y hasta personales entre sus distintos espacios han generado más de una ruptura y no pocos memes. Las internas del trotskismo local son ya parte del folclore electoral. Aun así, la frase de Castañeira parece condensar esa mezcla de entusiasmo y escepticismo que marca cada intento: “Yo sé que los simpatizantes de izquierda quieren que se termine la división… veremos qué pasa”.
Una señal, no una certeza
La novedad no garantiza una fórmula común. Lo que hay, por ahora, es una reunión, una mesa y una voluntad (al menos de algunos sectores) de debatir en conjunto. Pero incluso el tono del mensaje de Castañeira deja entrever tensiones no resueltas: entre la celebración de un primer paso histórico y los “palitos” que sugieren que los viejos fantasmas de la fragmentación siguen presentes.
En un país que se polariza cada vez más, con discursos cada vez más antagónicos, tal vez lo más disruptivo hoy no sea proponer un centro, sino lograr que la izquierda se ponga de acuerdo.