Lucho Zaffiro al aire de Cielosports por La Cielo me desafió este lunes 29 de enero… “¿Te animás a teclear algo sobre aquella final de la Copa Centenario?”, me dijo. Horas después frente al teclado y la pantalla en blanco pienso, “¿para qué me metí en esto?”. Son los últimos minutos del lunes y en breve el 30 de enero llegará inevitablemente. Una fecha tan importante para Gimnasia todo. Para los hinchas. Para aquellos futbolistas y dirigentes que fueron parte de ese logro. Pero para mí también…
Pero, ¿cómo empezar? Desde lo periodístico se podría decir que hace exactamente 30 años el Lobo derrotaba a River en el Bosque por 3 a 1 y se quedaba con la “Copa Centenario”, torneo oficial, no regular, que fue organizado por la Asociación del Fútbol Argentino para celebrar sus primeros 100 años de vida. El torneo se veía atractivo, jugando todos los equipos de Primera y arrancando con los clásicos a dos partidos, ida y vuelta. Y no fue nada fácil para los Mens Sana esta conquista, ya que en la mismísima final debió derrotar a un elenco “millonario” que contaba en sus filas con jugadores de mucho renombre y en el banco tenía como DT a Daniel Passarella. Aquel domingo 30 de enero de 1994, el encuentro se inició a las 17 en una tarde de calor infernal, agobiante, con un estadio totalmente colmado y con ambas parcialidades. El encuentro dirigido por Javier Castrilli tuvo todos los condimentos de una final, que se jugó con los dientes apretados. Al Lobo con empatar le alcanzaba ya que tenía ventaja por provenir de la Ronda de Ganadores. En cambio River -que venía de la Ronda de Perdedores- debía ganar en los 90 minutos y una vez ahí, se jugaría un suplementario de 30 minutos con muerte súbita.
Aunque nada de esto se necesitó, ya que el equipo de Roberto Perfumo -quien llegó para la final, tras la no muy clara salida de la dupla Ramacciotti y Sbrissa que lo habían dirigido hasta el momento- se impuso al elenco de Núñez que también llegó al Bosque con la idea de llevarse el trofeo. Es que llegar a esa final también le costó mucho al conjunto de Daniel Passarella, que primero eliminó en dos partidos a Boca, pero luego en la Rueda de Ganadores fue eliminado por Racing. Ya en la de Perdedores venció a Independiente, Deportivo Español, Argentinos Juniors, San Lorenzo y Belgrano con “muerte súbita”. Los Triperos en cambio, fueron siempre en la Ronda de Ganadores: le ganaron el primero y empataron el segundo ante Estudiantes, y luego derrotaron sucesivamente a Newell’s, Argentinos Juniors y a Belgrano de Córdoba, en este último caso por penales tras igualar en el tiempo reglamentario.
Pero también estaba yo, con todos mis sueños de ser periodista. De repente estaba “mi” final también. Tenía 23 años, hacía 3 años que trabajaba en la Sección Deportes del Diario El Día, aún estando en la Facultad de Periodismo. Pero cubría hockey, vóley, alguna vez había ido a algún partido de la Liga Amateur de Fútbol y de básquet o hacía notas de deportes amateurs. Pero fútbol profesional, de Primera División digamos, nunca había cubierto y era el sueño de todo aquel que se iniciaba, cubrir fútbol. Así que esa final de la “Copa Centenario” sería mi primer partido como periodista.
A instancias de un comentario de mi compañero-amigo-hermano Diego Raimundo al entonces Jefe de Deportes, Sergio Soirifman, como había gente de vacaciones y por ser una final, debía ir la mayor cantidad de periodistas posibles para tratar de cubrir cada detalle. “Mandalo a Batata también”, le dijo Diego, y así fue. “Batata”, a la cancha para hacer apostillas, vestuario y la computadora con las estadísticas del partido junto a Adrián D´Amelio. Ellos junto a otros compañeros como Luis Rivera, Feno Tartaglia, César Veiga, Aníbal Guidi, Martín Mendinueta, Alfredo Teruggi, Leandro Duba, el histórico Héctor Collivadino que escribía nada menos que en la amada revista El Gráfico, por citar algunos, todos ya cubrían fútbol con Estudiantes y Gimnasia, y tenían esa experiencia y como moverse en estos casos. Desde saber que en la puerta de los vestuarios una hora antes se pegaba la hoja con las formaciones de los equipos, dónde era el palco de prensa, por dónde ir al vestuario, etc. Parece una boludes, pero no lo era.
Esa noche anterior, que era un sábado me fue muy difícil dormirme, creo que ni salí. Quería estar atento a todo. Pensar qué preguntar, imaginaba jugadas, cómo me pararía ante Roberto Perfumo o el “Chaucha” Bianco. Ante Passarella o el mismísimo “Goyco” que unos años antes nos había hecho delirar atajando penales en el Mundial de Italia ´90. Pensaba en mi Viejo, “Toti”, que hacía 3 años y unos días se me había ido muy joven (tenía 58 años), tan solo un par de meses antes de que yo entrara a trabajar al diario… Y me hubiese encantado que él, que compraba religiosamente el diario todos los días leyera una nota escrita por su hijo. También era “mi” final. Sentía que debía demostrar de qué estaba hecho y si me bancaba todo eso. ¡Era una final! Lo que cualquier periodista desea cubrir. Y era mi debut en un partido de fútbol profesional.
Por ese entonces laburar en El Día era jugar en primera. Por que no había mucho lugar, no es como ahora que hay muchos medios o canales por donde expresar algo. Estaba el diario y Radio Provincia en AM como lo tradicional, con admirada gente y de trayectoria como Daniel Barinaga, Néstor Basile, Miguel Varela, Alberto Hugo Varela, el “Topo” Del Rivero; luego Radio Universidad también con fútbol Pablo Zaro; recién estaban apareciendo las radio FM; también el cable local TV Selectiva y Dardo Rocha; y el Diario Hoy recién salía. Es decir, el campo de laburo no era mucho y había que empezar a aprovechar las oportunidades.
Pero en las horas previas a la final recuerdo que mi bolsito lo revisé mil veces, llevaba el grabadorcito listo con el casete para grabar las notas. Pilas de repuesto por las dudas. Dos lapiceras, no una, por las dudas también. Hojas para anotar todo. Detalles, teléfonos de los jugadores, nombres de hinchas… Si estaba el doctor René Favaloro o el actor Adrián “Facha” Martel, por ejemplo, o cualquier “conocido”.
Y fue una tarde inolvidable. Un partido electrizante al que no le faltó nada. Goles (cuatro), un penal atajado con el juego 0-0 (el Lolo Lavallén a Rivarola), una expulsión (Hernán Díaz por falta al “Mellizo” Guillermo). Mil grados de calor y una final jugándose en pleno verano. Muchos se vinieron de la costa cortando las vacaciones para no perderse ese partido. Todos los sentidos puestos a pleno, mirando, anotando, escuchando para tratar de no perderme nada. “¿Ustedes son la computadora del diario?”, nos preguntó desilusionadamente un plateista a Adrián y a mí, que sentados en la escalera de un pasillo de la Techada como podíamos, hacíamos palotes en los distintos ítems (córners, remates al arco, goles, tarjetas, off-side, etc).
Tras la victoria del Lobo, el festejo en la cancha, la entrega de la Copa con el mismísimo Julio Grondona en el campo de juego al presidente albiazul Héctor Delmar, llegaría el momento de hacer las notas. Bajar al vestuario y tener ese privilegio de estar en una zona reservada con los protagonistas. La primera vez que entraba a un vestuario a entrevistar a un jugador. En ese entonces la prensa ingresaba al vestuario y charlaba con los protagonistas en las duchas o mientras se cambiaban. Esa tarde todo fue un descontrol de gente entrando a festejar. Jugadores, ex jugadores, dirigentes, allegados, algunos hinchas que se metieron por el túnel.
Jugadores empapados por el calor pero felices. Un DT como Perfumo con toda su estampa y chapa dando notas y explicando lo que podía, ya que solo dirigió la final y había asumido días antes del partido. En el medio de eso, tratando de hacerme el superado y encarar a los jugadores con preguntas como para no quedar como un nabo. Metí el grabador en todos lados donde pude. “Tengo nota con el Chaucha Bianco”, dije cuando volví a la redacción, me dieron el lugar y me puse a desgrabar y escribir.
La ciudad vestida de azul y blanco afuera, y mientras se escuchaban los bocinazos por las calles, yo dentro del diario pensando en contarlo todo, mientras los compañeros iban y venían. Elegían fotos, diagramaban las páginas y “tecleaban” a morir. Y cuando estuve frente al teclado y la “hoja” en blanco, como ahora, un huracán de emociones, colores, sonidos, imágenes me abrazaron. Quería contarlo todo. Leí y re contra leí aquel día cada palabra que escribí. Mi corazón explotaba al sentir que estaba ante un hecho histórico como una final. Que estaba cubriendo algo que años después se seguiría hablando. Tenía 23 años y hoy a los 53, veo que fue así…
A la fiesta de Gimnasia, a la fiesta de los campeones
La jornada se había terminado. La edición del lunes 31 de enero se había cerrado y la redacción se relajaba con patas arriba de una silla o un escritorio, esperando por la llegada de los primeros ejemplares calentitos desde la rotativa del diario. Hojas escritas por todos lados, desparramadas en escritorios y el piso. Latas de gaseosa, pedazos de sanguches que habíamos comido a las apuradas. Las primeras computadoras que empezábamos a usar seguían prendidas con sus enormes monitores. De fondo alguna máquina de escribir le daba el inconfundible ruido a redacción, con ese golpeteo seco y hermosamente perturbador: “tac, tac, tac, tac”. Todavía se escuchaba quilombo en 7 y 50 y yo me empezaba a relajar tras la linda adrenalina de un cierre y ver el enorme reloj redondo en la pared que indicaba que lo habíamos hecho a tiempo. “¿Vamos a tomar algo a algún lado?”, pensé…
“El plantel se juntará a festejar en una quinta en Villa Elisa, nos dejan entrar. Hay que ir. ¿Te animás?”, me dijo Sergio, mi jefe, que como un padre me regalaba por segunda vez en el día con su decisión, la chance de estar “ahí”. Era la medianoche, la crónica iría en una edición especial para el martes 1° de febrero. “Si, voy”, dije sin dudar y me quedé en un escritorio esperando que de la Sección Transporte llamara el chofer para ir. Mi cabeza no paraba. El plantel festejando a solas y yo debiendo anotar todo para contarle luego a los hinchas en las páginas del diario.
Fuimos con un fotógrafo (no recuerdo con quien). Subimos al Renault 18 verde agua que manejaba el “Flaco” Cieri, que sin decir palabra nos llevó hasta Villa Elisa con gesto serio. Era tarde, había cansancio. Yo mantenía un silencio nervioso. El Camino General Belgrano con su oscuridad tradicional e histórica parecía más interminable que nunca. Por fin llegamos a la quinta de la familia de Cipriano Pietra, un fanático del Lobo que era muy amigo de los jugadores. Los futbolistas iban llegando de a uno, y el único directivo presente fue Héctor Domínguez, que en ese entonces apenas pasaba los 30 años. El “Negro”, que estaba en el Departamento de Fútbol, era muy allegado al grupo y esa noche sorprendió con una camisa con flores muy llamativa. Esa camada se juntaba mucho en el recordado bar “Almendra”, en 8 y 57. Futbolistas y directivos solían compartir charlas futboleras, y años después hasta se armaron listas de Comisiones Directivas en esas mesas.
Esa noche Javier Lavallén se transformó un poco en héroe y centro de felicitaciones por haber atajado un penal con la final 0-0. Sin dudas el destino lo había puesto ahí al “Lolo”, por que en esos 6 partidos que duró el certamen, Gimnasia utilizó 4 arqueros. Arrancó Hernán Cristante, pero luego lo venden a México; ataja “Leo” Noce y lo expulsan en un momento; entra Gregorutti y se lesiona; hasta que en la final le toca a Lavallén. El “Melli” Guillermo por su parte que empezaba a tener su chapa de ídolo entre la gente, también era muy palmeado por el grupo que tenía una buena mezcla de jugadores que habían llegado con rodaje, y muchos pibes del club. Mientras tanto, la bebida iba llegando. Cervezas y latas de “Pronto Shake”, una bebida icónica de los ´90, ganaban lugar.
Crucé algunas palabras con varios, escuché y traté de anotar frases, cargadas, chistes, para hacer una crónica de ese momento íntimo que desde lo periodístico, yo solo presenciaba. Algunos armaron una ronda con sillones; otros hablaban cerca de la pileta. La noche estaba estrellada, calurosa y el 31 de enero ya había comenzado hacía un rato largo. Las risas se sucedían y el repaso de cada jugada del partido también. Los goles, las atajadas, el festejo. Todo como una película se iba contando. Sergio Dopazo y su vozarrón marcando charlas; uno de los arqueros del plantel, Jorge Gregorutti con un yeso en la pierna izquierda producto de una lesión, aportaba lo suyo y revoleaba las muletas. El “Moncho” Fernández también era de los más jodones dentro del grupo. El “Chaucha” Bianco abandonaba su seriedad habitual y sonreía todo el tiempo. “Che, ¿qué sale mañana en el diario? Ojo eh”, me decían entre risas algunos.
Y sí, lógicamente en un momento creí que ya estaba. Más invitados llegarían en breve y yo ya tenía fotos y algunas cosas que contar, y antes que me invitaran a retirarme, decidí decir, “buenas noches, gracias”, y me fui. El regreso desde Villa Elisa otra vez al diario. Ya era tardísimo, mi cabeza intentaba imaginariamente escribir la mejor nota posible y pensar lo que el hincha esperaba leer. Tenía miedos, inseguridades. “¿Y si pongo algo que no debo poner y los jugadores se enojan?”, pensaba. Había sido un día larguísimo, de muchas sensaciones y emociones. Había cubierto mi primer partido de fútbol después de esperar 3 años viendo como otros compañeros iban a la cancha a cubrir fútbol y yo debía hacer otras cosas.
El destino me tenía guardado eso, era una final, un hecho histórico para uno de los dos equipos de la ciudad. Era como un curso acelerado que había hecho de repente. Que sin saber sería el primero, para luego completar 32 años en el diario. Era chico, creo, y no sabía ni lo que quería. Después vinieron muchos partidos, coberturas, viajes, torneos, pero ese 30 de enero, a mí manera, y como nos pasa a cada uno en nuestra vida cotidiana cuando cumplimos con un objetivo y salís airoso de una situación, te sentís un campeón. Por eso siento y para siempre quedará grabado a fuego en mi, que yo también a mi manera, hace 30 años, fui campeón.