Ahora que las fuerzas, a través de un cuestionado paquete de Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU), le han abierto sus cielos a la llegada de las Sociedades Anónimas Deportivas (SAD) y que la Premier League parece haber sido la primera receptora de la señal que el presidente Javier Milei le envió al mundo, bien vale repasar una historia que justamente tiene como principal figura a una figura que para la mayoría es enemiga del país pero que recluta la admiración del León: Margaret Tatcher.
“Yo me siento muy identificado, en términos históricos, básicamente con Churchill, con Reagan y con Margaret Thatcher”, dijo sin pelos en la lengua Milei en la previa eleccionaria en un hecho que causó repudio masivo pero que no le trabó la llegada al Sillón de Rivadavia pese a haber considerado a quien dio la orden de hundir el ARA General Belgrano en la Guerra de Malvinas – pese a este encontrarse a 200 millas naúticas del conflicto, por fuera de la zona de exclusión que había establecido el Reino Unido- como alguien a comparar con Kylian Mbappé o Johan Cruyff.
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El rol de Tatcher en la llegada de la Premier League
En sintonía con esa debilidad por la cultura inglesa, Milei también supo citar “el modelo de la Premier League” como su favorito para implementar en el fútbol argentino. Lo que no sabemos es si el líder libertario sabe que fue la mismísima Thatcher fue la que inició el camino de la prestigiosa competencia inglesa tras la Tragedia de Heysel en 1985, cuando los hooligans de Liverpool generaron disturbios que terminaron con 39 muertes y el posterior desastre de Hillsborough en 1989 que, tras una sobreventa de entradas, causó 96 muertes.
El Gobierno conservador de Tatcher decidió tomar en serio el asunto tras la advertencia de Ted Croker, el laborista que presidia la Football Association (FA)Ted Croker, le había hecho: “No son un problema exclusivo del fútbol, primera ministra. Son un problema de la sociedad británica. No queremos sus hooligans en nuestro deporte“.
El descontento social se esparcía por las calles y las zonas de fábricas eran un polvorín. El fútbol, eterno catalizador de tensiones populares, era asunto de Estado para una mujer que se había ganado su mote “Dama de hierro” por sus decisiones en Malvinas, en el conflicto con Irlanda del Norte, con los paros, las privatizaciones y, por último, con el fútbol.
Pese a que los datos indican que la Premier como la conocemos llegó dos años después de la salida de Tatcher, fue ella quien gestó la reestructuración que derivó en el arribo de los aportes privados tras ser la Liga inglesa una cuna violenta, repleta de propaganda fascista y reclutas skinheads.
Las medidas posteriores fueron demasiado para los clubes: pedidos de reestructuración en los estadios, pedidos de pasaportes, profundización de los controles y sobre todo la presión que ejerció Tatcher sobre los hinchas a quien los culpó directamente por los desmanes, desentendiéndose del efecto de su gobierno sobre una sociedad que se había vuelto inestable y que dejaba a las clases populares lejos de cualquier posibilidad de crecimiento.
En 1991 llegaría la firma del documento que le daría a la Liga el nombre de Premier League y con aquello, el dinero para las obras que volvieron a la inglesa en una de las que atraen mayor cantidad de inversores extranjeros pero que, a su vez, a dejado de ser de índole popular sino más bien un frío espectáculo para las clases acomodadas.
“Cuando Thatcher modificó las leyes y se dejó de pagar a los profesores un dinero extra para entrenar deportes después de la escuela, las actividades deportivas se hundieron y afectó al nivel competitivo. Tenemos menos atletas listos y más niños gordos. Thatcher no sólo perjudicó al fútbol y el deporte británico. Mató al fútbol”, dijo Sam Allardyce ex entrenador de la Selección de Inglaterra y de tradicionales equipos como Newcastle, Crystal Palace, Everton, West Ham, Blackbourn Rovers y actual de Leeds United.