La imagen es tan fresca – y tan tangible el recuerdo- que el dolor vuelve a brotar con el solo hecho de tener que racionalizar la idea de que Diego ya no está entre nosotros. Que la última fecha con público en las tribunas de las canchas del fútbol argentino, de la que tanto se buscan datos hoy, lo tenga como centro de escena cobra un sentido superior, como todo lo que tiene que ver con Maradona tras su partida física.
Hoy se habla de anuncios gubernamentales, se buscan fechas exactas para calcular si fueron 561, 800 o un millón de días los que pasaron desde la última vez que el pueblo futbolero habitó su lugar en las tribunas, pero todo, inexorablemente, nos devuelve a la imagen de Diego.
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Como en un loop eterno, todo vuelve a Maradona. A ese Diego de pecho inflado que entró a La Bombonera arriando su Lobo necesitado de un batacazo; a ese Pelusa cabreado que el destino quiso ponerle de frente a su amado a Boca en su tierra santa. Esa que entonces tenía a su viejo amigo – y entonces contra- Román como hombre fuerte del club dueños de sus latidos.
En el medio de esa disputa de egos supremos y tan difíciles de encriptar, Diego se reencontraba con aliados del título del Metropolitano del ´81, con el amor de su gente y también con el amor de Carlitos que lo fue a buscar para estamparle un pico tan grande y tan honesto como el que Pelusa se había dado hace 25 años en un Boca – River inolvidable que terminó en goleada lunar.
River, claro. River también estaba en aquella escena. River llegaba puntero a esa última fecha. El River dueño de todos los males y las cicatrices de este Boca terrenal que cedió su espacio internacional ante la tenacidad del liderazgo de Gallardo en Núñez buscaba su primer título local, casi su única cuenta pendiente en los tiempos de Napoleón.
Así las cosas, la presencia de Diego y la chance de arrebatarle el título al archirrival se hicieron una sola cosa y fue Tevez (quien sino) el que volvió energía positiva y campeonato aquella besada bendición para ser el que rompa el cero ante el feroz lobo de Pelusa.
Ese grito de Carlitos se expandió hasta Tucumán donde el Millonario que tenía todo servido veía como la mesa se caía a pedazos por el sismo de la Bombonera y sus héroes. No importan ya las enormes fallas arbitrales en contra del Millonario, queda el resultado. Queda que uno no pudo y que el otro sí. Queda la sensación que era obvio que la última función con público del fútbol argentino iba a tener a Maradona en el centro, como corresponde de acá a la eternidad.