Es el Lobo de los milagros. Es el Lobo feroz. Es el Lobo capaz de todo. Es el Lobo que está dispuesto a lograr el mayor de sus hazañas. Es el Lobo que pasó de la angustia a la felicidad. Que salió del precipicio y va por la gloria. Y esto, claro, es de sus jugadores, es de ellos, porque fueron los que dieron la cara en el momento más difícil.
Jugadores que fueron silbados en algún momento pero que demostraron la templanza para superar el momento más difícil para cualquier equipo. Y se redimieron. Con garra, corazón, valentía y esfuerzo. Con el aporte invalorable de Fernando Zaniratto, que le transmitió calma, orden y sentido de pertenencia. Por eso él también es parte de los festejos. Claro, si es uno más.
Él le dio ese plus que también le dieron los chicos del club, como Nico Barros Schelotto, el volante de apellido ilustre, el Heredero, que se hizo dueño y figura con apenas 19 años.
O como el pibe Jere Merlo, picante, decisivo desequilibrante. O como Manu Panaro, quien sin ser del club, se contagió de su primo Nacho Miramón para tener ese amor por el club como si fuera uno más. Y qué decir del Mono Insfrán. Salvador, héroe, figura inmaculada de este momento inolvidable.

Por eso, el festejo en el vestuario. Ya no es desahogo, es felicidad pura, es alegría, es saber que se está en las puertas de la gloria. Es tener a tiro la revancha contra Estudiantes, ir en busca de una semi histórica, que ya los dejaría en los libros de los Clásicos más allá de lo que pase después. Ahora sí ya no es yapa. Ahora sí, el Lobo va por su cambiar su propia historia. Ahora sí, como cantan sus jugadores, van por todo y más también.

